Isabel Coixet
Esta señora no luce la estrella roja por venerar a Ho Chi Minh, autor de un breviario titulado Acciones que “deben hacerse” y que “no deben hacerse” .
Entre lo que no debe hacerse, El Que Ilumina (traducción al castellano del nombre del camarada Ho) recomienda:
«No insistir demasiado en comprar o pedir lo que la gente no quiere vender ni prestar».
Entre lo que sí debe hacerse, dice:
«Hacerle sentir a la población que somos serios, trabajadores, disciplinados».
La señora de la pintona súper estrella roja y las gafas horrendas se llama Isabel Coixet y se gana la vida haciendo películas.
Nadie se lo ha pedido: las hace porque quiere. El camarada Ho pondría en duda la necesidad dialéctica de esa acción, pero, como diría Charlie Rivel, dejemos que los niños jueguen.
La señora Coixet, a veces, habla. En ocasiones, como hoy, escribe. No cito sus jornadas de trabajo dedicadas a escribir guiones porque eso no es escribir. Quizá hacer prêt-à-porter para los coleguis, pero no escribir en el sentido estricto que precisaba Baroja: «Yo creo que para ser escritor basta con tener algo que decir, en frases propias o ajenas». No, no es el caso.
Supongo que han puesto a disposición de Coixet la tribuna pública del diario El País y lo ha aprovechado. Cualquiera haría lo mismo. Sobre todo si llevas dos batacazos seguidos, las prensa huye de ti y están a punto de estrenar en el Festival de Berlín tu nuevo producto, un documental sobre el juez Baltasar Garzón, al que le han puesto una camcorder delante para que charle con el escritor Manuel Rivas. Entre súper estrellas anda el juego.
Pero en el artículo (de fondo, llamábamos antes al género opinativo) del diario, Coixet hace poesía:
«El espectador de hoy, mientras ve una película en su ordenador, come, fuma, twitea, contesta correos, cuelga comentarios en los muros de los amigos. Así son las cosas. La relación entre lo visible y lo invisible se ha modificado. La noche artificial en la que te sumerge una película vista en una sala no tiene ya el carácter sacro que tenía para muchas generaciones de espectadores».
Tras muchas vueltas, metáforas («noche artificial», guiño a Nick Cave) y consideraciones de filosofía de tocador-pero-moderno («banalización del disfrute», por ejemplo), la columnista de fondo llega hasta el fondo:
«La nostalgia, aunque inevitable, es un error (Simone Signoret dixit) que puede costarnos la supervivencia».
Coixet dixit. Aunque ella sabe bien que su comanda está asegurada gracias a sus estupendos amigos, las millonarias subvenciones públicas y de la televisión pública que tiene amarradas de aquí a la eternidad (los hay con estrella, ya saben) y, pese a la estulticia de sus pelis recientes, el público moderno que zozobra y cae en sus brazos gracias a la reconocida solidaridad de los cofrades de las gafas de pasta y a la banalización del disfrute.
Pero los problemas del cine español no son el madrinazgo y el mandarinato promovidos por casi cien millones de euros anuales en subvenciones. Por ejemplo, a Coixet le dieron el año pasado 80.000 euros para que llevase su última película al Festival de Cannes para venderla transnacionalmente. Es como si a un mecánico le pagasen por acudir al taller y pasearse y no a arreglar el automóvil estropedo.
Los problemas son (Coixet dixit, otra vez) la «disminución gradual de los espectadores en circuitos convencionales».
Todos sabemos lo que viene: Coixet en una aplicación para el iPhone. Con toda seguridad, subvencionada como I+D.
Es así como nos demostrará, como diría el camarada Ho, que es una persona seria, trabajadora y disciplinada.
Hará como cuatro años que coincidí un verano con Isabel Coixet en una casa rural (Magoría) de Ansó (Huesca) y sí confirmo y lo afirmo donde sea menester, que el séquito que la acompañaba eran de la tribu de los «gafapasta» y aunque los recuerdos son vagos podría afirmar que eran un panda de «jilipollas» en su conjunto.
No he tenido el gusto (que no te envidio), de conocer a la elementa, pero escucharla hablar como una especie de Gloria Fuertes en demerol me basta.