Camilla

05/09/2009

Los camilleros meten al hombre en la ambulancia tras amarrarle con cintas negras el pecho y las piernas, de tal forma que parece llevar brazaletes de luto por sí mismo, y ahora inclinan el armazón de la camilla en un ángulo reducido pero suficiente para que los demás veamos la cara del hombre, exhibido como un payaso en la tarde de septiembre.

O, mejor dicho, en el plató fotográfico de la tarde de septiembre, alumbrado por las luces de emergencia de la ambulancia, besando fosfóricas los labios del hombre, los labios que ya nunca besarán o reclamarán, angustiados, un beso, porque nadie, a su vez, quiere besar a un animal enfermo y sólo es posible la extrema caricia en la mejilla.

Como mucho el protocolo de consolación que espera al hombre en el hospital, la clínica, el sanatorio o allá donde le lleven los camilleros con trajes de luminotecnia y modales entre aburridos y enojados, porque los automovilistas esperan “en punto muerto”, como dice uno de ellos en una broma feroz que no tiene en cuenta al hombre o tal vez sí.

Porque quizá todos tenemos en cuenta al hombre y asistimos al alzamiento, la nueva crucifixión hacia el interior cromado del vehículo de asistencia, detenidos en un satori palpable que armoniza con la cadencia sepulcral de la radiofórmula que el cien por cien de los automóviles detenidos sintonizan, con excepción de dos.

A lo largo del proceso mecánico y calculado para causar el menor trastorno posible a la productiva tarde urbana de septiembre, y solamente el dolor inevitable al hombre en la camilla, todo está como coagulado, nadie se mueve excepto la pareja de camilleros, dando la impresión de una pieza de un solo acto de teatro enigmático, aunque irreprochable.

Perfeccción es el sustantivo, admiten los espectadores cuando el dispositivo hidráulico hace crac, el único dúctil y volátil gemido en este ceremonial sin lágrimas, dando a entender a todos, porque sabemos interpretar los códigos del ruido gracias a la publicidad, los vídeoclips y tanta pasión audiovisual, que estamos en el segundo nudo de la trama.

Las barras de aleación ligera de la camilla, fabricada por la misma corporación mercantil transnacional que produce las papillas infantiles que comen nueve de cada diez bebés occidentales, son ahora trabadas y ancladas dentro de la ambulancia, devolviendo al hombre a la horizontalidad, tal vez para siempre.

Gestos reconocibles y muecas territoriales se despliegan entre los automovilistas, preparados ya para comprobar nuevamente la prestancia genital de los motores y las válvulas, mientras los camilleros cierran el doble portón trasero en una secuencia sin cortes y avanzan hacia la cabina de la ambulancia, que arranca y sale de escena por la derecha.

Los camilleros meten al hombre en la ambulancia.

No sé por qué lo hacen.

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One Response to Camilla

  1. H on 05/09/2009 at 21:14

    Las palabras chocan contra la cara y el ritmo es el de un corazón enfermo. Me gusta mucho.

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