Bachilleres

21/07/2013
1973

1973

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido
Luis Cernuda

La foto, tomada hace 40 años, es perniciosa. Presagia una declaración de culpabilidad —¿quién soy tras la estancia en los brazos de estas cuatro décadas que hierven, lacerantes como siglos?, me pregunto—, es un avance trastornado, una voluntad quebrada…

Hablo de mí, por supuesto, y se me debe admitir un alegato de disculpa por no dar detalles que permitan ubicarme en el grupo que aparece trepado en la pirámide de la escalera.

No me señalaré, primero, porque no tiene sentido hacerlo, porque ubicándome dolerán más las esperanzas, los imaginares dichosos, los periplos de futuro soñados e incumplidos, y segundo, porque basta saber que ahí estoy, entre ellos, contemplando ahora con la vergüenza crecida durante cuarenta años la simiente que no prendó, los ojos que no reconozco pero que me aterran tanto como los de ahora, el anhelo que se desplomó muy despacio —»tienes tiempo, te sobran los amaneceres por venir» es una frase muerta, un rancio apotegma— pero con la constancia de lo inevitable.

El 21 de julio de 1973 nos entregaron el título de bachillerato en el Santo Tomás de Aquino de Caracas. Había estudiado desde primaria en el centro. Fue mi motor city, mi tatami, mi foso, mi picnic…

He aprendido con cada traspiés que ser bachiller —o licenciado, magister, jury, curator, profesional…— tiene una mística inmerecida que, en mi caso, está más cerca del despeñadero que del orgullo celeste, pero estoy ahí, en el grupo donde advierto, cuarenta años despúes, cierta valiente uniformidad acaso rota por mi sombra de muchacho con caspa, taras emocionales y un traje deplorable que agregaba el ridículo a mis inciertos dones.

Soy yo, me digo ante la foto, pero si alguien reclama alguna otra precisión no puedo darla, incapaz de aplicar la visión del recuerdo en la noche nublada de mi adolescencia.

Algunos de mis excompañeros han logrado reunirse en un grupo de una red social al que me he sumado con la confusión de un extranjero. He sabido que un par de los retratados han muerto —entre ellos el siempre curioso, inteligente y brillante Gordo H., una de las víctimas del bullying que ejercían los menos buenos de aquellos muchachos—. Otros son arquitectos —el dulce A., el colega al que dejaba copiar de mis exámenes—, pediatras, ingenieros… Uno de ellos, al que recuerdo con certeza, está en una órbita cercana al supremacismo ario. No lo advierto con crítica, sino con admirada sorpresa.

Programa de la graduación

Programa de la graduación

El acto religioso social de la graduación fue tan extremo como era de esperar de los dominicos: una misa «por la intención de los bachilleres y familiares», la «bendición de anillos» —no conservo el mío, se lo regalé a mi madre, más orgullosa que yo de aquel momento y sus cicatrices—, un «desayuno familiar» y la ceremonia académica, de la que hoy se cumplen exactamente 40 años, iniciada por el rimbombante himno nacional venezolano cuya letra llama a los «patriotas fieles» —esa condición en nombre de la cual se han consumado todos los genocidios— al alzamiento contra no sé muy bien qué.

Hablé en nombre de los graduados en el acto. Tuve que retirar el primer discurso, cuyo borrador no fue aceptado por el director del colegio —demasiado «socialista», dijo— y redacté un segundo de conveniencia, repleto de agradecimientos y adjetivos blandos. En el momento de pronunciarlo, introduje partes del primero, el prohibido, pero solamenre recuerdo de aquella soflama que me referí a la responsabilidad social futura de unos muchachos privilegiados en un país injusto. Otro sueño.

Si tuviera que pronunciar hoy aquel discurso, el único alegato que la vida me ha asignado, diría:

Compañeros:

Quien surprime el miedo y la vergüenza para entregarse a su voz y su experiencia es un héroe. Sin intermediarios, sin mediadores, sin otra recompensa que compartir el grito, el poeta es la garganta sana de la multitud afónica. Canta sin saber qué canción está cantando, ajeno a las listas de éxito de los sentimientos, sin afán de vender paraísos, encaramarse en una tribuna o cobrar una colaboración previsible a precio de pieza intelectual.

Adoptemos la respiración abierta, la ingenua santidad de espíritu, la gloriosa sensiblería de aquellos que son capaces de sentir la tela del viento, la inmensa soledad de las migas sobre el mantel, escuchar el trueno, abrigarse en lágrimas, ensordecer con los faros, perderse en la complejidad cósmica de un vaso de agua, descifrar el jeroglífico de la hierba, entablar relación con polillas y silencios, rescatar el cadáver de espuma de las olas, romper el cemento de la noche, encender la hoguera de los ojos, sucumbir bajo el fuego de la soledad…

Bendita cursilería entre tanto realismo. Bendita arena entre tanto cemento.

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8 Responses to Bachilleres

  1. Luis Medina on 21/07/2013 at 04:20

    Gracias. Un abrazo.

    • j.a.g. on 21/07/2013 at 11:47

      A ti también gracias, Luis. Por estar ahí pese a la distancia.

  2. Javi on 22/07/2013 at 09:21

    Hermoso el canto, siempre fui cursi, ya sabes, y la complejidad taoísta del vaso de agua. Veo que empiezas a recuperar tu alma extraviada. Un abrazo.

    • j.a.g. on 22/07/2013 at 11:13

      Otro para ti, hermano

  3. […] mencioné en el discurso de graduación de 1973; peleé con mi padre porque quise, inspirado por tu aliento, alistarme para una zafra castrista; […]

  4. Alberto Cruz Garcia on 14/07/2017 at 17:43

    Soy hermano de Julio Cruz y buscando reseñas del Colegio Santo Tomas de Aquino vi que salia en Google en imagenes una foto en la cual sale como dije mi hermano Mayor, lo felicito por tener buenos recuerdos de tan buen colegio.

  5. […] demasiados refrescos carbónicos y marcada por la mala fama de ser uno de los mejores alumnos del colegio Santo Tomás de Aquino, un gueto montado por curas dominicos y españoles en el barrio de Campo Alegre, en una zona de […]

  6. […] demasiados refrescos carbónicos y marcada por la mala fama de ser uno de los mejores alumnos del colegio Santo Tomás de Aquino, un gueto montado por curas dominicos y españoles en el barrio de Campo Alegre, en una zona de […]

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