Anota los temas del centenar de programas de radio de Bob Dylan como cien contraseñas, cien gotas desprendidas del chorro grande de la manguera.
Anótalos: automóviles, el diablo, bebida, divorcios, teléfonos, trenes, lágrimas, pájaros, médicos, más trenes, locura, guerra, fruta… Un menú lacónico de voces tuertas, empleado por aquellos que nunca dicen “soy”, que nunca dicen “tengo”, que sólo desayunan tierra y surco, que son, como Rimbaud, “avaros como el mar”.
Advierte ahora el elenco de voces: Judy Garland, Fats Domino, Otis Span, Sonny Rollins, Wanda Jackson… Concibe, como merece ese tipo de gente, un espacio fértil, el horizonte despoblado, la nada positiva y naciente, el claro del bosque.
Piensa: Dylan, joder, Dylan, musa pagana, tacto de gloria, intoxicación de niebla.
Ahora postulante como locutor para los sistemas de navegación GPS de los coches:
Creo que sería interesante que puedas escuchar mi voz cuando busques direcciones. Diría algo así como: ‘A la izquierda en la siguiente esquina… No, mejor a la derecha… ¿Sabes qué? Sigue recto’.
Acepta. Está bien, déjate conducir por Dylan.
Como él, añora comer por comer, no por alimentarte. Añora la corona triunfal del fracaso, la voluntad de tragedia y el amor de los fantasmas. Añora sembrar la duda inútil, como sembrando trigo en un día ventoso, y la candidez del niño en la roca, solitario entre las barcas que faenan.
Pero acepta de una vez que ese tipo te mal llevará:
No creo que sea la persona indicada para orientar a nadie, yo siempre acabo en un lugar, la Avenida de la Soledad. Por suerte, no estoy completamente solo: Ray Charles me lleva hasta allí.
Para mí que te puede acabar llevando a las tiendas de Victoria Secret o como se llame la marca de lencería que anunció…
Lo patético es que, dado el poder sobre mí de Big Nose Dylan, iría… He bajado los cien programas de radio y me enloquecen, me siento igual que cuando, de niño, el abuelo me sentaba en sus rodillas de pana negra y me contaba historias de gauchos.
Ya… te entiendo. Yo sería capaz de aprender a conducir si Nick Cave fuera mi GPS: iría al mismísimo infierno.
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