Otoño alemán (sexteto)

19/10/2009

1.

Holger Meins estudió Artes, dirigió algunos cortos de cine experimental y fue detenido por su vinculación con el Roten Armee Fraktion.

En la cárcel, durante casi dos años, 1973 y 1974, se declaró en huelga de hambre y las autoridades le alimentaron a la fuerza. Pese a la intervención médica, Holger Meins murió el 9 de noviembre de 1974. Seguía midiendo 1,92, pero pesaba 40 kilos.

Un cineasta alemán hizo un buen documental sobre su vida.

2.

A mediados de los años ochenta la familia de Thomas Meinck recibió una carta franqueada, meses antes, en la ciudad uigur de Karakol, en los confines de la Ruta de la Seda

Decía:

Estoy comiendo un albaricoque. Ayer murieron mis vecinos y los perros jadean. No me siento enfermo. Estoy demasiado sano, demasiado aturdido, demasiado desenfocado. Leo rubaiyatas: «Un gran desierto existe / donde hubo un alegre jardín / Y un jardín alegre existe / donde hubo un desierto triste».

A partir de entonces, Thomas Meinck desapareció en la nada.

3.

En octubre de 1977, durante una madrugada de nieve, tres de los fundadores del Roten Armee Fraktion, encarcelados en la cárcel de alta seguridad de Stammheim, en Stuttgart, fueron encontrados muertos en sus celdas.

En la celda 719, Andreas Baader tenía un balazo en la nuca. En la celda 720, Gudrun Esslin estaba ahorcada de un cable de teléfono. En la celda 716, Jean Carl Raspe tenía un balazo en la frente.

“Suicidio colectivo”, dijo la versión oficial.

Los carceleros de Stammheim (“la cárcel más segura del mundo”, según el gobierno alemán) tenían experiencia en desayunar con cadáveres. Casi un año y medio antes habían encontrado el cuerpo de Ulrike Meinhof colgado de la ventana de su celda. Era el 9 de mayo de 1976, Día de la Madre para todas las familias alemanas.

Gudrun Ensslin, la muchacha de las estrellas, la amiga de mi amiga Gertrud está enterrada en tierra sin bendecir pero siempre repujada de amapolas.

4.

En 1980, el grupo brasileño Legiao Urbana grabó una canción titulada Baader-Meinhof blues:

La violencia es tan fascinante
Y nuestras vidas son tan normales
Paseas de noche y siempre ves
Apartamentos vacíos
Todo parece tan real
Pero también viste esa película

Mientras camino
Pienso que alguien
Llama
Diciendo mi nombre

Estoy lleno de sentirme vacío
Cuerpo caliente y tengo frío
Todos saben y nadie quiere saber
Amar al prójimo es tan demodé

Esa justicia desafinada
Es tan humana y tan errada
También vemos la televisión
¿Qué diferencia hay?

No estatalices mis sentimientos
Para tu gobierno
Mi estado es independiente

5.

El padre de Gertrud, como también el padre de su desventurada amiga Gudrun Ensslin, había sido pastor de la Iglesia Evangélica Alemana, una rama confesional del protestantismo que había medrado en el país tras el final de la II Guerra Mundial, sosteniendo en su credo que los alemanes debían purgar un pecado colectivo por la ignomia nazi.

Las dos jóvenes, nacidas en 1940, se sentían “hijas de Hitler” y, como tal, llamadas a buscar una absolución histórica que, con exceso de orgullo, creían merecer y estar llamadas a provocar. Desde la adolescencia sintieron la necesidad de “matar al padre”, como escribiría Gudrun en alguno de sus breviarios .

En 1956, las muchachas organizaron la muy polémica profanación de la tumba del uno de los íntimos de Hitler (“mi paternal amigo”, le llamaba), el poeta nazi Dietrich Eckart, el “nuevo Goethe” de los nacionalsocialistas, precursor de la praxis del exterminio judío, enterrado en una de las cimas de los Alpes bávaros, a sólo veinte kilómetros de Salzburgo y cerca de Berchtesgaden, el pueblo de Gertrud y Gudrun.

Una noche de verano leyeron durante horas los poemas de la locura de Hölderlin, en especial el cuarteto Der Mensch:

Wer Gutes ehrt, er macht sich keinen Schaden

Es decir:

Quien honra el Bien no se causa ningún daño

Movidas por el axioma, decidieron hacer algo con aquel túmulo insultante. Les acompañaba su mejor amigo, Holger Meins, un querubín existencialista que soñaba con ser cineasta.

Como zorros nocturnos pintaron frases obscenas sobre la sexualidad de Eckart y Hitler en el mármol de la losa funeraria, orinaron y defecaron sobre la tumba y bailaron desnudos, borrachos de vino, juventud y poesía.

A la vista del lago Königsee, espejo de las alturas alpinas, Gudrun propuso que mirasen el cielo para buscar algún secreto.

«¿Nunca os parasteis a pensar que lo real es invisible?, estoy convencida de que los virus vienen del espacio», dijo.

«Eso es una patraña, los virus están dentro de los seres vivos», dijo Holger.

«No, no es verdad, la gripe cae del cielo, camuflada en minúsculas gotas de agua, transportada desde muy lejos por cometas veloces, ¿no te gustaría ser astrónoma?, me atraviesa un escalofrío cuando pienso que la enfermedad viaja hasta mí desde mares de fuego».

«Tú no estás enferma», dijo Gertrud, sabiendo que Gudrun se refería al estigma familiar que padecían sus dos hermanos, un mongólico y un esquizofrénico.

Gudrun, acostada en el prado en sombras, seguía mirando hacia el cielo vacío.

Gertrud tuvo una visión: su amiga flotaba entre las nubes de gas y el polvo interestelar. La oyó decir:

«Aquello es una enana marrón, un cuerpo intermedio entre una estrella y un planeta, una estrella fría».

Años más tarde, en la última carta, muy censurada por la policía, que recibió Gertrud desde la cárcel de Stammheim, Gudrun hablaba de aquella noche:

Ahora estoy segura, y es un consuelo: el noventa y cinco por ciento de la masa total del universo es materia oscura, nadie sabe de qué está compuesta.

6.

Cuando le advertí que pensaba publicar esta reseña, Gertrud Goergens –el nombre es ficticio, la persona es real– me envió un e-correo:

Bien, hazlo, pero cambia mi nombre y no cites el de la aldea. Por un lado, no quiero que nadie sepa de mí y, por otro, aquí sigo despertando sospechas. Piensan que estoy trastornada o soy una nostálgica. No entienden (¿cómo podrían?) que me haya marchado de Alemania, el país de las maravillas. Esta patria, sin embargo, envejecerá conmigo. Ha perdido su virginidad, pero tengo el invalorable privilegio de haberla disfrutado hasta las heces. Escribe, nunca dejes de escribir.

Mucho antes antes de que yo la conociese, Gertrud Goergens era amiga íntima de Gudrun Ensslin, fundadora, con su novio, Andreas Baader, del Roten Armee Fraktion, el clan leninista de guerrilla urbana que actuó en la República Federal de Alemania durante los años sesenta y setenta, preconizando una ruptura caótica del sistema político.

La prensa amarilla les llamó Banda Baader-Meinhoff.

Cuando la cúpula del grupo cayó en 1972 en manos de la policía, el hombre con quien vivía Gertrud, un hamburgués llamado Thomas Meinck, temiendo ser detenido, huyó de Alemania y tomó la ruta del Gran Oriente.

Terminó en Islamabad, trabajó como voluntario para la Cruz Roja y se dedicó a vagabundear durante dos años por Pakistán y la India. Paseó desnudo, tocando un tambor, rescató alimentos de los inmundos callejones traseros de las casas de comidas, se hizo alumno de un maestro védico que predicaba el ascetismo más extremo…

Gertrud, embarazada, viajó en sentido contrario, hacia poniente, y se estableció en una aldea gallega, no muy lejos de la costa atlántica. Compró cuatro caballos asturcones con intención de montar una pequeño picadero para el disfrute de los turistas.

En los primeros meses, Thomas le escribió algunas cartas imprecisas en las que no hacía ninguna referencia al pasado o el futuro. Hablaba de una “emigración emocional necesaria”. En la última nota, datada a finales de octubre de 1977 –tras el supuesto suicido en la cárcel de alta seguridad de Stammheim de la cúpula de la banda Baader-Meinhof–, Thomas detallaba la “hermosura teatral del mausoleo de Gohar Shad” y afirmaba: “Europa se ha disuelto del todo para mí”.

El mausoleo persa, según supo Gertrud tras consultar algunas enciclopedias, había sido construido en Mashhad a finales del siglo XVI para albergar los restos de Gohar Shad, figura fundamental del Renacimiento musulmán, a quien, durante siglos, se consideraría una mujer incomparable por su inteligencia y defensa de las artes.

Gertrud consideró inquietante que la estela de Thomas se diluyese en un lugar de peregrinaje y culto. Ella desconfía de dios, de cualquier dios. Su estado es independiente y, como a tantos de nosotros, le resulta muy difícil recordar cuando empezó la guerra.

One Response to Otoño alemán (sexteto)

  1. banshee beat on 23/10/2009 at 01:33

    Me fascina. ¿Sabes que hasta hace bien poco eran muchos los alemanes que realmente creían la version oficial del suicidio de la RAF? Pero Der Spiegel lo cuestionó, y lo que Der SPiegel dice en Alemania va a misa… o casi.

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