La segunda factoría mundial de películas está en la convulsa Nigeria. Nollywood produce cuatro veces más filmes que Hollywood y sólo unos cientos menos que Bollywood. Harvard y Londres se interesan por su modelo de producción, el let’s go, let’s go style: diez días entre la primera toma y la venta del DVD.
«¡Hazlo por la fuerza de Jesucristo!». El director zarandea a uno de los actores y le sacude una bofetada. Vuelve a gritar: «Tienes que hacerlo… ¡Por Jesucristo! Él te ayudará a conseguirlo». Están rodando una película en un cuartucho alquilado por unas horas en Lagos, la alborotada capital comercial de Nigeria. En la filmación no ha lugar para pérdidas de tiempo. En la posproducción, nada de sutilezas high-tech. En una semana el filme estará terminado. En 10 días podrá comprarse una copia en DVD (entre 1 y 1,5 euros) en el mercadillo de Idumota, el más grande de África. Cada semana hay una media de 65 novedades en los puestos.
Esto es Nollywood, donde todo avanza con la misma velocidad que los mordiscos de los hambrientos. Lo llaman let’s go, let’s go style [estilo, vamos, vamos]. El país más poblado de África, con 155 millones de habitantes de 250 grupos étnicos que hablan 521 dialectos, situado en el puesto 158º sobre 172 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, es ahora el segundo productor mundial de películas: 2.400 al año, sólo por detrás de Bollywood (casi 3.000) y muy por delante de Hollywood (800).
El segregante cine nigeriano, de mucho grito, mucha víscera, y aún más pasiones glandulares, nos enseña las garras a los occidentales este otoño. Hace un mes, la pijísima Universidad de Harvard (EE UU) organizó 3 días de debate sobre los 50 años de la independencia de Nigeria del Reino Unido (1 de octubre de 1960). Uno de los paneles de debate estaba dedicado a Nollywood. Pocos días antes, el Banco Mundial había aprobado un crédito blando de casi 20 millones de euros para el sector, que da trabajo a unos 2 millones de personas y mueve 175 millones de euros anuales en un país cuya renta per cápita es de 1.172 euros al año (en España andamos por más de 35.000). Al otro lado del Atlántico, en Londres, organizaron casi al mismo tiempo Nollywood Now!, el primer festival en pantallas europeas de filmes nigerianos.
«El secreto de Nollywood es que los nigerianos somos capaces de construir algo a partir de la nada», dice a esta revista Nse Ipke Etim, una de las actrices más respetadas del país y conferenciante en el simposio de Harvard. El director del festival londinense, Phoenix Fry, también sitúa la imaginación como factor diferencial: «En Europa y las Américas necesitas muchísimo dinero e influencias antes de que puedas producir una película que sea popular o tomada en serio. Nollywood ha demostrado que es posible trabajar con presupuestos reducidísimos. Si la historia es buena, el público perdona las deficiencias técnicas».
¿Un fruto exótico? ¿Un puntapié al buen gusto del cine de autor, incluso al buen gusto del mal gusto de los gore victims y zombie hipsters que exhiben sus gansadas plasmáticas cada año en Sitges? ¿Otra de las varias formas de onanismo sin ánimo de lucro con las que enjugamos la culpa poscolonial mediante el folclorismo? ¿Qué hay de bueno en estas películas a las que alguien definió como cruce de telenovela brasileña con musical indio, realizadas entre tres y diez días, con equipos técnicos de tres personas (director, cámara y pertiguista), planos de una sola toma, cámaras de vídeo que en Occidente ni siquiera están en catálogo, presupuestos de entre 10 y 20.000 euros y montadas en un ordenador doméstico con Adobe Premiere?
«No podía entender por qué les gustaban tanto. Había centenaresde personas viéndolas allá donde fueras: en bares, cuarteles de policía, hoteles, mercados, viviendas… Las ponen a todo volumen, los actores no paran de gritar, los altavoces crujen. Me resultaban muy molestas». El fotógrafo sudafricano Pieter Hugo recuerda así su primer encuentro con Nollywood, en 2005. Al cabo de unos pocos años ha cambiado de opinión: «Comencé a darme cuenta de que estas películas son uno de los primeros ejemplos de autorrepresentación mediática masiva realizada por africanos y en África».
Hamlet en África
Las fotos de Hugo que iluminan este texto fueron tomadas con actores de Nollywood sacados del contexto de los sets de rodaje y colocados, como espantajos estupefactos, en el gran plató de la tragedia continental africana («Hamlet representado en Dinamarca no significa lo mismo que representado en África»), en el terreno del subconsciente colectivo. Son hiperreales (hambrunas, corrupción,guerras étnicas…) y, al tiempo, engañosas. Una mirada antidocumental que nos permite adueñarnos del documento.
Fotografías que hablan a gritos sobre las nupcias de los AK-47 y el balón de fútbol; los fantasmas del caníbal Idi Amin y el dios rasta Haile Selassie; las milicias drogadas de hutus interahamwe [los que luchan juntos] clavando a martillazos los cráneos tutsis; el gran pene de Darth Vader; la voz de piedra del criminal apostólico Charles Taylor («mejor el diablo conocido que el ángel por conocer»); los automóviles desfragmentados robados en Centroeuropa; los area boys de Lagos, maras de niños-lobo comiendo de la ciudad-infierno (300.000 habitantes en 1950, 15 millones ahora y, según estiman, 25 dentro de 5 años); el afrobeat de Fela Kuti; los diablos yoruba y las rameras-Blácula, todos comprados con el dinero del petróleo del delta del Níger (30 millones de personas en la miseria viven sobre el duodécimo yacimiento del mundo); la heroína que llega de Asia y sale hacia las fosas nasales europeas; la cocaína que llega de Sudamérica; los padrinos de las peligrosas Confraternities o campus cults; el Nigerian Scam en tu bandeja de entrada: «Soy una persona muy rica que reside en Nigeria y necesito trasladar una suma importante al extranjero con discreción. ¿Sería posible utilizar su cuenta bancaria?»… Una olla que hierve no siempre huele bien.
Jamie Meltzer, director del documental Wellcome to Nollywood (2007), pide que nos sacudamos de los estereotipos al ver cine nigeriano: «Es una curiosa y excitante mezcla de culturas y formas de hacer películas, un reflejo de la vasta cultura africana de hoy, llena de contradicciones. Nollywood nos sacude porque saca a relucir nuestras falsas percepciones sobre África». Para lo bueno y lo malo, Nollywood está entrando en el mainstream. «Todavía estamos buscando nuestro lugar en el cine global, pero hemos demostrado que sabemos cómo hacerlo», dice el director y guionista Adekunle Detokunbo-bello. «Podemos enseñar al mundo que los sueños se materializan y que nuestra fórmula, buenas historias y presupuestos bajos, es adaptable a cualquier proyecto», coincide Nse Ipke Etim.
[Este reportaje fue publicado en noviembre de 2010 por la revista Calle 20. Consulta la versión completa en PDF]
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