¿Qué debe representar una foto? ¿Cómo debemos asomarnos a su interior? ¿Se trata de ilustraciones o de ráfagas de conocimiento?
El momento, el instante del click, ¿es decisivo, teatral y concreto como la sombra que brinca para salvar el charco en Tras la estación de Saint-Lazare (1932), de Henri Cartier-Bresson, o interminable, una ruta casi etnográfica por nuestra memoria colectiva?
En otro tiempo -no demasiado lejano pese a la apariencia hipster y petulante de que todo acabó y nada volverá a ser tal como era-, los fotógrafos discutían sobre estos asuntos. Material impreciso, opinable, en ocasiones cercano a una metafísica sobre la evanescencia del objeto.
No conviene andar con esas vainas ahora, dicen.
Mejor actuar que pensar, es la consigna. Quienes actuan (no en el sentido de «poner en acción», ojalá, sino en el cinematográfico) son consecuentes con la carga de sus mentes, que es la misma que la de sus bolsillos.
¿Qué sentido tiene mencionar la mirada como «lenguaje del corazón» (Shakespeare, ya saben, aquel ridículo) si llevas encima una máquina de matar de 12 megapíxeles, óptica Carl Zeiss y capacidad simultánea para los arrumacos verbales con tu novia al tiempo que haces una Tras la estación de Saint-Lazare?
¿A alguien le va a importar que no haya punctum, rozadura sentimental, compromiso íntimo, si la foto tiene el carácter instantáneo (grosero, por cierto: todo ser humano debe llegar, como dicta la buena educación, cinco minutos tarde a las citas) necesari0 para estar, a los pocos segundos del disparo, colgada en Flickr y otros e-nichos, buscando aplausos, visitas y faves?
Pero yo les quiero hablar de esas vainas cada jueves. Porque me da la gana, me dejan y me lo piden las gónadas. Los de los 12 megapíxeles en la trasera del 7 For All Mankind pueden optar por ver las fotos de los gurús de Flickr -tan nítidas y enfocadas que podrías hacer el amor con los retratados-.
Soy un maldito oldtimer, me canso al subir las escaleras, no me gustan las zapatillas Vans y prefiero las fotos tomadas por el mejor procesador: el corazón. Hoy les traigo a un tipo bien raro.
Se llamaba William Mortensen. Nació en 1897 en un sitio llamado Park City (Utah-EE UU), balneario hipster donde ahora celebran el Festival Sundance de cine, y murió en 1965 (leucemia) en otro lugar con aspiraciones termales («¡el paraíso de los amantes del océano!»): Laguna Beach (California, un estado con nombre de amazona que no pertenece a los EE UU, sino al reino de la piscina, donde bebes hasta la eternidad un vaso king size de zumo de naranjas orgánicas).
Muchos envidiarían los avatares biográficos de Mortesen: conoció e intimó con Fay Wray, la chica con la que King Kong quiere averiguar qué tienen las mujeres bajo el vestido; trabajó como diseñador de decorados para King Vidor y Cecil B. de Mille; tuvo un estudio propio de fotografía y escribió un par de libros con títulos acaso superiores a los contenidos: Monsters & Madonnas (1936) y The Command to Look: A Formula for Picture Success (1937). Si los encuentran, pónganse Kong y no los suelten, los pagan de maravilla en las subastas.
Quien necesite más detalles o sienta curiosidad puede encontrar precisas biografías en este artículo de Larry Little o en este otro de Carry Loren para la web 50 Watts, tan subyugante como la indefensa señorita Wray.
De Mortensen me importa su descarada artificiosidad haciendo fotos. Lo llamaba «el imperativo pictorialista», un entramado dictatorial (en el que todo era válido: trucaje, manipulación, escenificación…) para que el espectador tuviese que entrar en la foto y ejercer ese verbo casi extinto: sentir sin que te lo haya recomendado un pope de los trending topics.
Ante algunas de sus obras entiendes a Fay Wray en las garras desmedidas del Súper Mono.
Te sientes congelado por ideas extremas, como un adolescente ante una revista caliente pero sin la revista caliente, porque después de todo lo visto en estas últimas décadas de pornotube, Mortensen juega con material tibio, de bajo nivel: la piel de la cara interior de un muslo, la simple idea de lascivia, la posesión como motor y el deseo como gasolina.
La intensidad, a veces pasiva, con un movimiento de perfil bajo, de las foto-pinturas de este artista borrado por el vendaval del tiempo y sus tecnologías aplicadas (mal, casi siempre) me remite al inicio de esta entrada.
¿Qué máquina de matar puede alcanzar esta carga ilusoria? ¿Qué más da la perfección si, al asomarnos a sus infinitas ventanas, vemos el mismo paisaje: la repetida perversión de la imagen reducida a píxel, prostituida electrónicamente?
En uno de sus libros, Mortensen esboza el gran drama de la fotografía:
Muchos [fotógrafos] hemos desarrollado habilidades mecánicas o habilidades creativas. Muy pocos hemos construido un puente para franquear el abismo entre unas y otras.
Todavía sigue siendo así. Si estás en las garras del Rey Mono (o, para el caso, del Rey Píxel), la única opción es dejar que te desnude.
Divino !!
Y, a la vez, humano =)