Uno de los fotógrafos más importantes de la historia, fundador del fotoperidismo tal como lo entendemos y progenitor del documentalismo estadounidense, Evans se cansó, en la cúspide de la fama, de ser una vaca sagrada vernacular que retrataba cafés de buscavidas, señales de carreteras tan corroídas como los habitantes de los puebluchos que señalaban, pasajeros del suburbano y campesinas hambrientas durante la Gran Depresión. En 1934 aceptó un muy bien pagado empleo como fotógrafo estrella de la revista Fortune —la pionera en la publicación de los rankings de riqueza—, publicó, acaso sin quitarse los guantes, 400 fotos en 45 espectaculares fotoensayos y se dedicó a pensar y leer, que era lo suyo —había estudiado Literatura en la universidad y devoraba a T. S. Eliot, D. H. Lawrence, James Joyce, E. E. Cummings, Charles Baudelaire y Gustave Flaubert—.
En 1973, más cansado aún de las fotos y sus reglas canónicas, se enamoró de la cámara Polaroid SX-70, la prímera máquina réflex que comercializó la compañía de fotos instantáneas. Hasta la muerte, en 1975, a los 71 años, siguio haciendo fotos, pero siempre con la nueva cámara. Eran imágenes crudas y de una sobriedad artística que algunos no llegaron a entender en el autor de las fotos neorrealistas (décadas antes de que los cineastas italianos acuñaran el movimiento) que acompañaban al ensayo de 1941 Elogiemos ahora a hombres famosos de James Agee.
Todas las etapas de la carrera de casi medio siglo este fotógrafo cambiante y fundamental están presentes en la exposición Walker Evans / Decade by Decade (Walker Evans. Década a década) anunciada ahora por el museo de fotografía Huis Marseille de Ámsterdam. La muestra cronológica, con 200 obras, se celebrará entre el 22 de junio y el uno de septiembre y es una de las grandes citas europeas de la temporada fotográfica.
La exposición, montada a partir de la fototeca privada de Clark y Joan Worswick, dos de los coleccionistas privados con más obras de Evans, y comisariada por James Crudup, excoordinador del Cincinatti Art Museum, contiene ejemplos de las primeras fotos de Evans, entre ellas los retratos cándidos que hizo en el metro de Nueva York con la cámara escondida bajo una gabardina convenientemente agujereada; imágenes de sus viajes a Cuba y Haití entre 1932 y 1933; retratos de su amigos intelectuales, y, sobre todo, muchas de las tomas de edificios y habitaciones que el artista consideraba parte de un proceso de recogida de «documentación lírica» sobre los EE UU.
Es en las fotos de estancias de toda condición —habitaciones de cabañas miserables o tiendas de alimentación— donde Evans desarrollaba su teoría de que los espacios vacíos dicen tanto o más que los retratos sobre las personas que los ocupan. Sos fotos que más allá del logro técnico, que en el trabajo de Evans era siempre mayúsculo, muestran todas las capas de las que está compuesta la realidad.