Guía de uso, T.W.

12/02/2011
Primer concierto de Tom Waits en España, 11 de julio de 2008 (foto: j.a.g.)

Primer concierto de Tom Waits en España, 11 de julio de 2008 (foto: j.a.g.)

“Trabajas en tus canciones, pero tus canciones también trabajan en ti. Absorbes y excretas y, de alguna forma, retienes para convertirte lentamente en algo que es atravesado por las canciones. Pienso que a las canciones les gusta soplar a través de mí. Hay algo eléctrico en nosotros. Quizá sea la energía que dejan las canciones que te atraviesan”.

En una conversación con una periodista de la revista Mojo, Tom Waits intentaba explicar con esta hipótesis biológico-sensorial su forma de afrontar la composición de canciones.

Sea o no infalible, le ha dado buenos resultados: unos 400 temas propios grabados, desde 1973, en más de una veintena de discos como solista y en otros tantos trabajos en los que ha dejado su distintivo trazo como colaborador o invitado.

Además de básico para disfrutar la mejor música de las últimas cuatro décadas, descender a los mares abisales de esta obra –la imagen acuática no es gratuita, Waits habla de sus canciones como de “acuarios donde ves cosas tras otras cosas, y todas moviéndose”- es muy fácil y barato.

Todos sus discos siguen en catálogo y gran parte de ellos pueden comprarse por unos 8 € en uno de esos almacenes que se auto denominan culturales donde se cotiza por el triple cualquier artista prefabricado que despache cintura de gimnasio y las bondades de la salud dental.

Los primeros álbumes de este autodidacta nacido en 1949 en California (EE UU), los que publicó entre 1973 y 1982, beben de las influencias primerizas de un músico que siempre prefirió referentes previos a su tiempo. Le aburrían los Beatles, odiaba la forma en que Jimi Hendrix destrozaba con artificios circenses el legado del blues y nunca soportó la parsimonia complaciente de los hippies y sus castillos de arena intelectuales.

Encontraba más vida en los muertos: Charlie Parker, Johnny Mercer, Cole Porter, Hoagy Carmichel, Irving Berling, Louis Amstrong, George e Ira Gershwin… “La gente que me gusta no es cool y huele mal. Están en la tumba o muy enfermos”.

Hay en esos trabajos –y esta presencia todavía merodea la obra última de Waits- mucha palpitación literaria: la rapidez de síncope de Jack Kerouac, el trasluz triste de Raymond Chandler, la belleza cochina de Charles Bukowski, la entonación bíblica de Flannery O’Connor y Carson McCullers…

Pero que nadie se deje llevar por la idea matriz de nuestro tiempo desorientado (leer es de rústicos, lo que mola es divertirse rápido y si es con Youtube, mejor): Waits no es un pamplinas ni un doctor honoris. Ni siquiera, a pesar de que habla castellano desde que su padre, maestro de Español, le hacía escuchar rancheras mexicanas en el coche, ha sido homenajeado por el Instituto Cervantes, que últimamente condecora con una indulgencia digna de un fraile trapense.

Lo de Waits no es la presunción de un pecho-paloma cultural, sino la buena digestión de un tipo con las antenas convenientemente sintonizadas. Cultiva tomates en la huerta de su casa, su disco preferido es una grabación del canto de los grillos durante una noche de verano, jamás utiliza la palabra ‘tendencia’ y no sabe encender el ordenador. Eso significa algo.

A partir de Swordfishtrombones (1983), donde toma por primera vez en sus manos las riendas de la producción, la perspectiva de Waits cambia de forma tajante. Como si considerase agotada la narcótica soledad de la América crepuscular que tan bien pintó su admirado Edward Hopper, fija su mirada en el cabaret de la Alemania pre hitleriana, las ciénagas del sudeste asiático y los burdeles del este europeo.

Deja el alcohol diario y también el piano de cola. Como si fuese un sociólogo alucinado, ahora le bastan para emborracharse la miseria, grandezas y cada bella paradoja del espíritu humano. Para componer se limita al el más primitivo de los códigos, la percusión y el consiguiente silencio que separa un golpe del siguiente.

Cada disco desde entonces ha sido un paseo por la cuerda floja del riesgo más extremo. Canta con la pureza de quien se siente en el infierno y se enfrenta a cada canción como a una pieza única, necesitada de un vestuario exclusivo. Graba los ruidos del estudio, se encierra en el cuarto de baño para improvisar ante un vetusto magnetofón de bobinas, construye nuevos instrumentos o recupera extraños artilugios en desuso, monta una base rítmica de vaudeville dantesco con portazos…

Para construir su Junkyard Orchestra (la Orquesta del Patio de Basuras) se ha convertido en el mejor cliente de las chatarrerías del condado donde reside, Petaluma, en el norte de California, el lugar, por cierto, que George Lucas eligió como localización para American Grafitti (1973), su película sobre el rock and roll como forma de iniciación y epifanía.

Incluso los dos premios Grammy de Waits, en 1992 por Bone Machine y en 2000 por Mule Variations, parecen consecuencia de la sensata contradicción que emana de su carrera: el primero fue galardonado como mejor disco de música alternativa y el segundo de folk.

Waits reniega de ambos laureles, pero no puede refutar que su música está más allá de los géneros, en una tierra donde la única frontera es el hambre de canciones. “Compogo cuando estoy hambriento de algo que no puedo encontrar en la tienda. Entonces regreso a casa y lo preparo”.

Cuando llega a casa, por ejemplo, Tom Waits cocina almuerzos como éste:

Charlie, estoy preñada
Y vivo en la Calle 9
Encima de una sucia librería
Junto a la avenida Euclid
He dejado las drogas
Y ya no bebo whisky
Mi hombre toca el trombón
Y trabaja en el ferrocarril
Oye, Charlie, pienso en ti
Aquella vez en la gasolinera
He pensado en toda la rabia
Que llevabas en el pelo
Aún tengo aquel disco
Little Anthony & The Imperials
Pero me robaron el tocadiscos
¿Qué te parece?
Charlie, casi me volví loca
Cuando cogieron a Mario
Volví a Omaha
Y viví con mis padres
Pero todos los que conocía
Están muertos o en la cárcel
Así que volví a Minneapolis
Esta vez creo que me quedaré
Charlie, creo que soy feliz
Por primera vez desde el accidente
Me gustaría tener todo el dinero
Que te gastabas en drogas
Me compraría un negocio de coches usadis
Pero no vendería ninguno
Conduciría uno distinto cada día
Según como me sienta
Oye, Charlie, por el amor de Dios
¿Quieres saber la verdad?
No tengo marido
No toca el trombón
Necesito que alguien me preste dinero
Para pagar al abogado, Charlie, oye
Estaré en libertad condicional
Ven el Día de los Enamorados.

"Swordfistrombones" (Tom Waits, 1983)

"Swordfistrombones" (Tom Waits, 1983)

1. Burlesque contemporáneo

Unos meses después de romper con su amigo y productor Bones Howe, con quien trabajaba desde 1974, Waits autoproduce su estreno como autor de burlesque contemporáneo.

Las estrofas que abren la primera canción, Underground (Subterráneo), son como el pregón de la fiesta sofocante que está a punto de comenzar:

Grandes huesos negros traqueteantes
En la zona de peligro
Hay un gemido retumbante
Por ahí abajo
Hay una enorme ciudad oscura
Un lugar al que he llegado
Hay un mundo en marcha
Subterráneo

El disco, el primero con la colaboración de la mujer de Waits, Kathleen Brennan, en la composición, es la mejor serenata para una noche insomne de ojos inyectados.

La atmósfera es sobrecargada y la música se asienta en el abracadabrante nuevo arsenal percusivo de Waits, con presencia estelar para la marimba y el vibráfono, que toca el virtuoso Victor Feldman, un antiguo acompañante de Glenn Miller, Miles Davis y los Beatles.

Cuatro discos bárbaros

"Mule Variations" (1999)

"Mule Variations" (1999)

2. El libro de instrucciones, a la letrina

El disco que podría cantar el espantapájaros desde las entrañas del maizal. Waits tira a la letrina el libro de instrucciones y se va a la parte más sombría del rural. Vive familiar y felizmente en el norte de California (“me mudé al campo porque me gusta mear a cielo abierto”), pero publica un disco sombrío.

“Más Dylan que Dylan”, titula la revista Newsweek. “Todavía canta sobre perros y lunas y zapatos y vajillas sin lavar y árboles y todavía suena como un mutante, un poeta loco gruñendo tan licenciosamente como el personbaje de Orson Welles en Semilla de maldad, añade el crítico Barney Hoskyns.

Adulado por todos, deseado por las grandes corporaciones, prefiere fichar por una modesta compañía, Epitaph, especializada en punk radical (Rancid, por ejemplo): “Tengo una edad en que cuando quieres enterarte de algo le preguntas a tus hijos. Fueron ellos quienes me dijeron: ‘Inténtalo con Epitaph, papi’. Además, en la compañía tienen los mismos gustos que yo en coches, barcoas y música”.

El disco, el más vendido de Waits, contiene baladas lacrimosas, blues aullados y salmos dadaistas. Pega como una coz en la sien.

"Real Gone" (2004)

"Real Gone" (2004)

3. La caja de ritmos humana

“Estamos enterrados bajo el peso de la información falsamente entendida como conocimiento: la cantidad se confunde con la abundancia y la salud con la felicidad. Somos simios con dinero y armas de fuego”. Silencioso hasta entonces en los terrenos de la política, Tom Waits habla alto y claro en año electoral.

“Es difícil hacer canciones que no parezcan prédicas y eso no me gusta, pero quiero echar a Bush. Lo que de verdad le apetece es dirigir la federación de béisbol. Dejémosle: que masque tabaco y dé palmaditas en la espalda”, declara.

El disco, grabado en una escuela abandonada del delta del río Sacramento, es una obra casi temática sobre la pobreza, la alienación y el desconcierto. Ni una sola nota de piano, la guitarra electromagnética de Marc Ribot (Los Cubanos Postizos) y una base percusiva basada en los gruñidos, lamentos y graznidos de la caja de ritmos humana, Tom Waits. “Quería tocar una especie de guitarra rítmica con mi garganta para añadir texturas a las canciones”.

"Rain Dogs" (1985)

"Rain Dogs" (1985)

4. Al estilo de Nino Rota

Tras un chaparrón los perros padecen el cósmico desconcierto de no encontrar las marcas territoriales de orín de sus congéneres, amiguetes, pretendientes o rivales. Ese enajenamiento de husmear sin encontrar (Con los perros de la lluvia / Embarcados en un tren que naufraga) sirve a Waits de gancho narrativo para construir su disco más cinético. Quizá a causa de la creciente actividad cinematográfica del músico, cada canción está construida como una pequeña película. Polkas funerarias, cantos de marineros y baladas al estilo de Nino Rota. Keith Richards (The Rolling Stones) toca la guitarra en la bellísima Blind love.

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3 Responses to Guía de uso, T.W.

  1. pajaro_azul on 13/02/2011 at 16:17

    Has firmado aquí otro artículo fantástico, para guardar. Y disculpa la indiscreción pero, ¿seguirás regalándonos columnas como estas desde tu futuro retiro al otro lado del mar?

    • j.a.g. on 13/02/2011 at 16:50

      Eso espero. A no ser que termine recogiendo uvas como jornalero, intentaré buscar hueco. Gracias.

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