Nos hemos quedado solos con el Gran Enemigo, la connivencia de lycra y poliamida, el contubernio de Biotherm y Helena Rubinstein, la maniobra desestabilizadora de Armand Basi…
Comienza la parodia. Disfrutemos para alejar el rictus que nos revelaría, como siempre, solos y asustados. Verano. Saquemos a pasear el cuerpo, limpio y levemente vestido, lo suficiente, en todo caso, para esconder las llagas. Fiesta, fiesta. Que la cohetería ahogue lamentos y la cerveza disimule lágrimas. Estamos en verano. Disfruta o te parto la cara.
El verano, como cualquier virus fulminantemente pernicioso (verbigracia, los informativos de TVE, los documentales de microcámara, los tweets revolucionarios, el Facebook para que me cuentes qué has leído, qué te indigna, qué buen curator eres seleccionando chistes y fotos de dulces animalillos…), deshabilita el mundo, escenario que no puede eludir la dictadura de la arena y la esterilla. Os favorecen las Carrera, pequeños. Finalmente lo han conseguido. Esto debe ser el comunismo: todos iguales.
Playa, teatro de exhibición, tostadero de grano humano, desamparado territorio donde, nalga contra nalga, parece representarse a cielo abierto una obra de teatro (o lo que hostias sea eso) de Robert Wilson: alguien se amputa una espinilla; un niño grita hasta el espasmo; otro bucea entre protege slips; trescientas personas escuchan Los 40 —o leen a Ignacio Escolar, tanto monta— en trescientos transistores o smartphones distintos, tanto monta; las mujeres se ofrecen al sol como al amante soñado; los hombres desean ser el sol, o sea, hablando en plata, colega, el pene del sol; la abuela cura las varices remojándose en el orín de su nieto y, en general, todos muestran más carne de la necesaria.
No me disgusta la soledad, esta carencia de anzuelos en mi laringe. Tengo tiempo para pequeños placeres: divagar, hacer ejercicios de estiramiento ante la pantalla del ordenador, fumar cigarrillos de picadura liados con tus estatus de Facebook…
Pero, atención veraneantes ufanos con derecho a vacaciones, volverá el otoño, el tobogán mojado, la campana del despertador tocando a muerto a las 8 a.m., los libros de texto —ese realismo sucio—, la verruga del jefe como aleph del mundo, el dogma de TVE cada noche, la enésima desmoralización, el ansiolítico por decreto médico, los amantes cansados, la colección de invierno, la ridiculez de las Carrera, la factura del móvil, las sesiones de vídeo casero con planos temblorosos de los guardaespaldas de Mariano Corleone…
Siempre hay un Pilatos para cada Jesús. Lumen Christi: luz mortecina pero, al fin y al cabo, luz, lámpara invernal. Entonces miraré mi faz en el espejo de mano y musitaré en latín, unas estrofas de Virgilio:
sed mihi tarda gelu saeclisque effeta senectusinuidet imperium seraeque ad fortia uires
Llega mi tercer verano sin vacaciones. Os odio.