Uno entiende la necesidad de los planes de jubilación. Eres viejo, la inspiración ya no produce réditos para el tren de vida que llevas y tienes que pensar en cómo pagar la ceremonia fúnebre sin dejar desabrigados a los tuyos.
En el caso de Tom Waits, a quien sus incondicionales perdonamos demasiados pecados en memoria de los buenos tiempos, el asunto hiede: conciertos con entradas para las élites —que pagamos algunos exprimiendo el alma para encontrarnos compartiendo emociones con personas a quienes enviarías a la cárcel si fueras miembro de un tribunal popular que juzgase delitos contra la justicia social—, músicos de segunda fila para ahorrar en mercenarios —y hacernos creer que sus hijos, dos, pueden ser llamados músicos cuando no pasan del aporreo de cueros— y ahora el librito de lux WAITS/CORBIJN ‘77-‘11 con un PVP de 148 euros antes de impuestos.
La antología de fotos, el 99% de las cuales ya eran sobradamente conocidas, es de un alma gemela de Waits, Anton Corbjin, otro que se expande a terrenos que ni domina ni ama para ampliar saldo bancario. Su carrera como director de cine —aún me resta parte del aburrimiento extenso que atesoré con la pomposa y pésima El americano— se ampliará, anuncian , con un biopic sobre James Dean. Espero lo peor.
El caso de Waits me duele más. Que aplaste un tomate, haga un bodegón art brut con los cables y latones que encuentra en sus andanzas y difunda a precio de oro las fotos de toda la vida con los saltitos de gato montés y demás travesuras es un capítulo más de su imperdonable avaricia y maltrato a sus fans. Repito, porque viene al caso, que cuando logré retratarlo en concierto —tras pagar la entrada— debí firmar antes un contrato en el que me comprometía a utilizar las imágenes solamente una vez y solamente en el medio por el que estaba acreditado. De lo contrario, me cortaban los testículos. Es una exageración pero se acerca bastante a la realidad. Así juega el abuelo Wait$ con las reglas del capitalismo. Podría escribir alguna buena canción sobre sí mismo, personaje dickensiano, y dejar de fabular sobre vagabundos y outsiders.