Tengo la impresión de que están hurtando parte del espíritu que rigió mi infancia.
El ladrón se llama Steven Spielberg, ese cineasta workaholic capaz de lo mejor (El diablo sobre ruedas, Tiburón), lo peor (Salvar al Soldado Ryan) y lo llanamente estúpido (1941).
Es de todo el universo sabido -porque en cuestiones de mercadotecnia Spielberg es un lince y vende los muñequitos meses antes de fabricarlos- que el director prepara The Adventures of Tintin: The Secret of the Unicorn, una película en tres dimensiones que se estrenará, según las últimas informaciones, en otoño.
Spielberg ya había metido sus zarpas en el segundo de mis héroes infantiles, Peter Pan, al que redujo a la condición de saltimbanqui en la despreciable Hook.
Ahora repite la jugada con Tintín. Dados los antecedentes, puedo imaginar que hará un producto muy vendible, muy correcto y muy plano.
Profeso por Tintín una veneración de dimensiones himaláyicas.
Desde que era un crío, encontré en sus libros (no por capricho anunciados como Las aventuras de Tintín: ‘aventura’ era entonces una palabra que significaba desierto, amistad, grito, zarpazo, valentía, luna, marea…) el mejor escondite contra el aroma a lejía de la vida real.
He leído cada uno de los álbumes de Hergé (Georges Prosper Remi, 1907 – 1983). Lo hice muchas veces y en varios momentos de mi vida: como niño, adolescente y adulto. Nunca me dejaron indeferente, nunca me parecieron neutrales. Rompen el cascarón del mundo y, cuando entras por la grieta, te sientes libre y, como el intrépido héroe, dejas de tener certificado de nacimiento. Tu edad es tan indeterminada como la de Tintín allí adentro.
Además de los valores artísticos (la fundación de la línea clara en el dibujo de cómics, que yo no sabía apreciar de pequeño), los libros de Tintín (23, editados entre 1930 y 1976, sin contar con el póstumo Tintín y el Arte-Alfa, del que se publicaron postumamente los bocetos) me parecían programar el mundo tal como yo lo merecía: simple, comandado por emociones inocentes, bellísimo en su variedad y peligroso en ocasiones.
No cometeré el pecado anti natura de entrar a ver la película de Spielberg. Sería como escupir contra uno de mis hijos.
Contra la deshonrosa adaptación (no me hace falta ver la cinta para saberlo: me agrede el concepto de convertir en digital y tridimensional al más limpio de los dibujos planos), volveré, en silencioso y privado acto de protesta, a leer mi colección de libros de Tintín -heredados, por cierto, por mis hijos, a quienes me ufano de haber contagiado el virus-. Sobre todo, mis favoritos: Las joyas de la Castafiore (1961-1962), la más negra y quietista de las aventuras de la saga, y el místico Tintín en el Tíbet (1960).
has dicho!
me he comido varias peliculas infantiles en 3D y (de momento) es una bosta pinchada en un palo. Siempre me han gustado los libros de dinosaurios vistos en el 3D primigenio.
saludos
TCHANG!
Salud =)
Siempre me cayó fatal Steven Spielberg, a pesar de que tuve que tragarme sus películas -Fede mediante, of course-…. sus efectismos son detestables… Tintín no se deja joder asi nomás.
Yo también tuve que verlas, la mayoría por mi voluntad, pero hace años que no lo trago.
Qué tristeza que tus mejores películas sean casi tus dos primeras (y quizá ‘Munich’ aunque casi no parece suya): son las mismas que me gustan a mí y que reviso de vez en cuando. El resto, para qué añadir más leña… A la de Tintín ni me acercaré…
No vi «Munich» pese a que le tenía ganas. La obra de Spielberg empieza a ser inabarcable.
Después de escribir pensé que quizá no fui demasiado justo por la calentura del tintinicidio y que la última de Indiana Jones (sobre todo por el maravilloso Connery), El color púrpura (pese a cierto tufo glow) y ET tienen un pase.
En cualquier caso, un tipo demasiado ambicioso y de altibajos clamorosos.
Tintinicidio… qué gracioso…
Sí, pero luego quiere considerarse un grande, a la altura de un Scorsese, un Coppola, y claro hay cosas como que no…
Por cierto, me encantan estas fotitos que te estoy viendo de la maravillosa Carole Lombard (¿Has visto ‘My man Godfrey’, ‘La pícara puritana’?, de oreja a oreja con las dos ;_)).
Il signore Martino! ah, eso es cine.
Vi cosas de la Lombard, de «La pícara…» me acuerdoa la perfección. La otra la he perdido. Debo volver a ese tiempo, cuando el cine era un placer infinito.