«He sido invitado repetidamente para que escriba mi autobiografía porque he visto lo mejor y lo peor de los famosos, pero no me interesa ganar dinero comerciando con secretos. Quiero que mis fotos cuenten una historia, no que vendan una historia». Uno debe secundar las declaraciones de Terry O’Neill, quizá el más prolífico de los fotógrafos de celebridades del siglo XX, cuando pasa revista a sus fotos: son como placas de rayos equis sentimentales que radiografían a los retratados con tanta o más precisión que las palabras.
Frank Sinatra pasea por la cubierta de un crucero rodeado de guardaespaldas con volumen de vehículos de motor; David Bowie posa vestido de algo que podría ser un gitano del planeta Júpiter protegido por un mastín que lanza dentelladas al aire; Audrey Hepburn chapotea en una piscina con la misma suavidad e imprecisión que una dulce cría de pato; Elizabeth Taylor y Richard Burton miran a la cámara mientras ella se amarra con los dos brazos a él, como temiendo que escape; Brigitte Bardot sostiene entre los dientes un purito y sabemos que así podría morder, sin hacer demasiado daño pero llegando a la médula, a cualquier ser humano…
Así son las fotos del gran O’Neill: respetuosas pero nunca ñoñas, hondas pero no pedantes, bellas pero no complacientes. Con sesenta años de oficio a las espaldas y unos dos millones de negativos en su archivo personal, el gran maestro, nacido en Londres en 1938, expone en su ciudad natal una amplísima selección de su obra. The Best of Terry O’Neill (Lo mejor de Terry O’Neill), en cartel hasta el uno de marzo en la Little Black Gallery de la capital inglesa, es la verdadera autobiografía del fotógrafo, uno de los más estimados y queridos del Reino Unido.
La exposición es un capítulo más del largo epílogo que O’Neill ha emprendido en los últimos años, como anunciando que ya ha tenido suficiente y que su obra, profusamente representada en los grandes museos de Occidente —75 piezas en la colección permanente de la National Portrait Gallery de Londres, por ejemplo— debe ser mostrada con el mismo respeto y dignidad que él empleó para mostrar a sus modelos.
En 2011 presentó, también en su ciudad natal, Screen Sirens & Rock Rebels (Sirenas de la pantalla y rebeldes del rock), una antología donde recordaba su tiempo de frenesí en los años sesenta y setenta, cuando todas las estrellas, desde los Beatles hasta los Rolling Stones, le permitían acercarse más que a nadie por un pacto generacional («fuimos jóvenes al mismo tiempo»), y en 2012 puso en cartel en Holanda Terry O’Neill- Newly Discovered (Terry O’Neill, nuevamente descubierto), una especie de lo mejor de que también fue editado en libro.
Hijo de padres irlandeses, la fama de O’Neil empezó en 1959 cuando hizo una foto casi al azar en el aeropuerto londinense de Heathrow de un hombre que echaba una cabezada sobre una mesa de la terminal. El sujeto cansado y solitario resultó ser el entonces ministro británico del Interior, el influyente político conservador Rab Butler. Tres años más tarde, cuando seguía siendo un autónomo que trabajaba por pieza, le soplaron que un grupo nuevo estaba grabando una canción que podría tener cierto éxito. Armado con su Nikon, el fotógrafo se fue corriendo al estudio, y retrato a la banda. Eran The Beatles y la canción Please Please Me, el segundo sencillo del grupo y su primer número uno. Las imágenes fueron de las primeras del cuarteto que se publicaron en los tabloides británicos.
Desde entonces O’Neill y su cámara se pasearon sin necesidad de salvocondunto o pase de prensa por todos los templos nocturnos, platós de cine y lugares donde sucedía algo que envolviera a los vips. Durante la década de los años sesenta se convirtió en el retratista de referencia en Inglaterra, donde no había quien se le escapase. Hizo fotos a grandes figuras del espectáculo, desde Judy Garland a Laurence Olivier, y tuvo el olfato suficiente para no dejar pasar el nacimiento del pop británico. Quizá sea el fotógrafo que más veces tuvo frente al objetivo a los Beatles, los Rolling Stones y otros músicos de aquellos tiempos boyantes en genio y fotogenia.
La nómina de retratos del fotógrafo incluye a top models, músicos, políticos, miembros de la realeza, deportistas, actores, las que él denomina, «las diosas» (Brigitte Bardot, Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor, Ava Gardner, Raquel Welch…) y los «iconos» (Frank Sinatra, David Bowie, Queen, Muhammad Ali, los Rolling Stones y los Beatles —bandas a las que retrató más que ningún otro—. O’Neill estuvo casado con la actriz Faye Dunaway, tuvieron un hijo en 1980 y se divorciaron en 1986. Ambos polemizaron en público sobre la paternidad del crío hace unos años, cuando O’Neill afirmó que era adoptado y la actriz que se trataba de un hijo biológico.
Ahora, a unos meses de cumplir 76 años, se siente cansado y fuera de lugar en un ambiente dominado por las agencias de imagen y relaciones públicas. «Antes el trato era entre los modelos y tú. Los actores o músicos dejaban que te acercaras y no había publicistas controlando lo que aparecía en las fotos. Tampoco había cámaras digitales ni retoques con ordenador para cambiar deshonestamente la verdad de las fotos. Todo lo que ves ahora está controlado por agentes y expertos en marketing (…) Ahora el rock and roll es aceptado, o sea que no es rock and roll», dijo hace unos meses en una entrevista en The Wall Street Journal.