He estado leyendo detalles sobre la muerte de Hank Williams: debaten, con la fruición de los extremistas, sobre la última hamburguesa, la última copa, la última gasolinera, el último condado…
Mencionan la impericia e inhumanidad del conductor, un universitario de 17 años sin más deseo que recibir los 400 dólares convenidos por conducir el Cadillac azul pálido del cantante hasta la siguiente actuación.
Concluyen que en el fondo del alma americana hay una oscuridad en suspenso, esperando con fiebre de loba. La misma tesis expone el gran Greil Marcus en The shape of things to come. Prophecy and the American voice:
America is a place and a story, made of exuberance and suspicion, crime and liberation, lynch mobs and escapes; its greatest testaments are made of portents and warnings, Biblical allusions that lose all their certainties in American air
Sería un buen trabajo sondear la oscuridad española, buscar los hilos que la sostienen, las creencias aún vivas, su base, sus héroes, su sangre derramada, sus certezas bíblicas, perdidas en el viento, en el adobe, en los gritos de nuestro conversar, en la vergüenza que padecemos por ser nietos de campesinos, la cadencia siniestra del latido patrio…
Pero aquí adentro, en mí, no hay ningún teorema: la tarde del martes se explica sola, extensa, dama elegante en un entierro, y el silencio, mi Cadillac azul pálido, no invita a cosa distinta que redactar una lista de dolencias.
Por ejemplo, que ya no puedo oir cómo ladra el perro de Robert Jonhson, no acierto a distinguir la angustia de la vida, no encuentro palabras, no sé mancharme de noche, no conozco el camino hacia el último condado…
[…] Teorema […]