Es la primera edición (1969) de un libro de tapas rojas, The American Heritage Dictionary of the English Language, el diccionario que combinó la formas prescriptivas del inglés (cómo debe usarse la lengua) con las descriptivas (como se usa).
Sigue editándose, pero han prescindido de las tapas rojas. Es un libraco moderno de más de 2.000 páginas en cuya elaboración interviene un panel de dos centenares de expertos –de Jonathan Franzen a Sherman Alexie, de Harold Bloom a Antonin Scalia-.
Los editores les consultan sobre el uso, en inglés, de palabras como mojito, blogosphere, instant messaging o blue state…
El dueño de la primera edición del diccionario de tapas rojas fue miembro de ese panel de expertos hasta su muerte, el 12 de septiembre de 2008.
Se colgó de un cinturón de piel negra en el patio de su casa de Claremont. Era de noche. Su mujer había salido y sólo le acompañaban sus dos amados perros, Bella y Warner.
Las cuatro páginas de la autopsia tienen un grado incorrecto de uso descriptivo del lenguaje. Nadie necesita tanto un diccionario como los policías, los forenses y los arquitectos.
Dicen cómo vestía (short gris, camiseta azul y deportivas blancas), la edad (46 años), las medidas corporales (73 kilos, 182 centímetros), el color de pelo y ojos (marrones), la barba y el bigote, la raza (caucásica), la identidad (Wallace, David Foster), el epílogo (“Encontradas notas. Historia de depresión”)…
Y una consideración sobre la cual el suicida podría haber escrito un hilarante y sagaz ensayo:
Celebrity, media interest
No dicen nada de los veinte años de tratamiento, del abandono de la medicación, de los confusos consejos médicos, de las doce sesiones de brutal e infértil terapia electro convulsiva de los últimos meses de vida, del retorno también inútil a sus píldoras de siempre, del malestar que uno de sus personajes había explicado de manera tan clínica, tan somática (y ahora sabemos que no hablaba el personaje, ni un novelista bien documentado, sino la persona misma a la que consideramos el novelista):
Cuando la gente dice esa palabra, me enfurezco porque siempre pienso que depresión suena como si una se pusiera muy triste y melancólica y se quedara sentada en silencio al lado de la ventana suspirando o se echara en la cama (…) Pues bien, esto no es un estado (…), se trata de una sensación, de algo que siento. Lo siento en todo el cuerpo (…) En todas partes. La cabeza, la garganta, el culo. El estómago. Está en todas partes. No sé cómo llamarlo. Es como si no lograra encontrar nada fuera de esa sensación, así que no sé cómo llamarla. Es más horror que tristeza. Es más como horror. Es como si algo horrible estuviera a punto de suceder, lo más horrible que una se pueda imaginar, no, peor de lo que una pueda imaginarse porque está también la sensación de que tienes que hacer algo ya mismo para detenerlo, pero no sabes lo que se debe hacer (…) ¿Se ha sentido enfermeo alguna vez? Quiero decir con náuseas, como si fuera a vomitar (…) Es una sensación horrorosa, pero nada más que en el estómago (…) Pero imagínese que usted se siente así en todas partes, que cada célula y cada átomo o neurona o lo que sea que tiene dentro sintiera tantas náuseas que quisiera vomitar pero no puede, y usted se siente así todo el tiempo, y usted está seguro, no tiene la menor duda de que esa sensación no se irá jamás y que se va a pasar el resto de su vida natural conviviendo con ella.
Los archivos de David Foster Wallace han sido donados al Harry Ramson Center de la Universidad de Texas. Entre los papeles, notas, manuscritos y libros está el ejemplar de tapas rojas de The American Heritage Dictionary of the English Language.
En el diccionario aparecen circunvaladas por trazos de lapiz unas cuantos términos, casi todos muy concordantes con la visión hipertextual y al tiempo afásica de Wallace: abulia, dístico, fraktur (una fuente tipográfica), grávida, kohl, mendaz, neroli, desliz, jeroglífico, juanete, uxoricida…
Esta tarde, durante varias horas, he buscado el significado de todas las palabras sintiendo que recorría un camino ya recorrido, que pisaba las huellas dejadas por otro pie, acaso por unas deportivas blancas.
No es la única señal de humo, redoble de tam-tam, destello de espejo, en la pequeña muestra de los archivos que nos dejan ver por ahora y que en otoño, una vez clasificados, serán de acceso libre.
Wallace gustaba de intervenir sus libros favoritos, anotarlos con letra concentrada. Novelas de DeLillo y Updike, una biografía de Borges, el Sutree de Cormac McCarthy, la novela que describe la tristeza americana con el mismo temperamento de La broma infinita, pero desde un espacio vacío de cátodos…
Intento leer las notas en tinta roja, azul y verde, pero casi nada entiendo…
La pequeña pegatina-smiley sobre el libro de Borges me empuja a buscar en la mesilla de noche el cuaderno donde anoto, también con letra impenetrable, las citas de La broma infinita. Hace unos días, en un plano ascendente con respecto al horizonte de las páginas, copié:
A menudo las bromas y el sarcasmo eran la botella en la que los depresivos clínicos enviaban sus aullidos más estridentes en busca de alguien que los cuidara y ayudara.
Desde la semana pasada, cuando retorné a la novela, insisto en que se me hace difícil, que me entristece, que me acuchilla.
Ahora sé que debo hacer: arrojar el cuaderno de notas a la basura y escribir sobre el libro de Wallace, pisarlo, atarlo hasta el ahogo con un cinturón negro, maquillar sus ojos con el hollín del kohl, dejarlo grávido de tinta…
«La broma infinita» puede llegar a doler mucho. Subrayé frases enteras, a veces hasta señalé varias páginas con post-its, porque habría tenido que subrayar medio libro. Pero vale la pena leerlo hasta el final.
Creo que Uxorious y Uxoricida no son lo mismo. Uxurious es exageracion en la devoción o sumision a una esposa. Por supuesto me puedo equivocar porque mi inglés es aún peor que mi español.
Me gusta Cete. No hay una palabra en español que corresponda, ¿o si? Cete sería una estupenda definición para el lugar donde trabajo.
Me pongo a hablar de las palabras porque como supondrás nunca he leido a Wallace y ni siquiera sabia de su existencia… =(
Gracias, Todavía. Mi inglés dista mucho de la perfección (es un inglés de rock and roll, de segunda fila) y me ayudas. ¿Cómo traducirías ‘cete’?
Cete es un grupo de tejones.
Vaya. También le cuadra a mi empresa, sobre todo a los ejecutivos.
No he leído a Foster Wallace, no sé si me asomaré. Sólo siento una pena infinita por ti.
McCarthy sí, es un grande; Borges siempre, otro. ¿DeLillo? No sé, encuentro en él un exceso de gravedad consciente (incluso cuando parece que se está riendo de algo) en aspectos para mí muy obvios, y esto me aleja un poco de él. Veremos con lo siguiente que le lea.
Yo tendría cuidado con los hermanamientos que emponzoñan aún más el alma.
Gracias, David. No te inquietes, saldré adelante.
Tienes razón en el apunte sobre DeLillo: peca de púlpito y sermón con frecuencia, pero me gusta la argamasa de su constante mala uva.
De tener que elegir entre todos, David Foster Wallace incluído, la respuesta sería siempre la misma: hay que volver a Borges para olvidar a Borges y volver a Borges.
Hola Canto:
Por cierto que me has dado con este post, pues debería poder existir una mesa para verse las caras y charlar algo más extenso.
Sobre la Broma Infinita de Foster Wallace, a mi humilde opinión, resulta una obra de vanguardista, y he visto ese vertiginoso simulacro de un mundo que hoy pordría acercarse a la realidad. Sin embargo reconozco no saber de su mal hasta ahora, pero sí que se había suicidado.
Hasta sus dichos de su enfermedad que transcribes, parecen borgeanos, laberínticos, circulares, pero no sólo en su forma de letra sino por lo que dice se siente en lo físico.
La depresión es un terrible mal, pero entiendo que puede ser llevado a bien si es tratada como corresponde. Recuerdo vivamente una conferencia del periodista Mike Wallace en la que ecomentaba exclusivametne su caída en la depresión profunda, sus crisis, y su recuperación.
Si me permites, te envío un link sobre Emir Rodriguez Monegal, es una breve nota pero que no deja de tener esos pequeños íntimos detalles, que tuvieron entre sí los grandes con los grandes.
http://www.liccom.edu.uy/docencia/lisa/en_prensa/emir1.html
Saludos cordiales y que estés bien.
Hola, Urban:
No considero que «La broma infinita» sea, ni por asomo, lo mejor de David Foster Wallace. Fue su primera novela, no dominaba el registro y, me parece, se sintió empujado a hacer un libro largo en vez de un buen libro.
Lo prefiero como reportero para Harper’s o como cuentista. Es en las distancias cortas donde sus ojos-bisturí funcionan con contundencia.
Leí algo de Rodríguez Monegal sobre Borges hace años, un tomo de entrevistas de la editorial venezolana Monte Ávila.
Gracias por tus benévolos deseos.
Cierto, Jose, lo de la mala leche de DeLillo. En ‘Ruido de fondo’ (lo que le he leído) es impagable y, a veces, desternillante. Me reí muchísimo con bastantes cosas.
Me pasó lo mismo con ‘White noise’ (¿por qué no tradujeron el título por ‘Ruido blanco’?): me caía del sofá de las carcajadas. La parodia del sistema docente universitario yanqui (el departamento sobre Hitler), las visistas al híper mercado como experiencias religiosas (las dependientes en patines como ángeles, el hilo musical como gospel y los productos como orfebería), las maravillosas niñas sociópatas… No es mi favorita de DeLillo -me debato entre «Las palabras» y «Submundo»-, pero lo pasé muy bien leyéndola. Me pareció un Dickens con zapatillas Nike.
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