Agotado por la insensatez de David Simon, me pongo, como tantas veces antes (caigo en los abismos de la desmemoria al intentar contarlas), en las manos de Jorge Luis Borges, delicadas como las de una enfermera con la jeringuilla de morfina. En 1969, en un impreciso parque de Nueva York (todos los parques son...
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