Me gustan los atletas. Nada original digo si menciono su condición alada, aún más celeste cuando compiten, siempre en una decorosa soledad, contra sus propios reflejos, siguendo las sombras de los cuerpos, proyectadas por la iluminación en el tartán sanguíneo de las pistas. El primer atleta que amé fue Sebastian Coe, el pálido mediofondista...
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