La droga que mató a David Foster Wallace es la droga que da la vida a la generación de escritores que ahora le sucede. Estoy hablando de la monotonía. De la depresión. Del Xanax. Estoy hablando de esa clase de medicación que fatalmente recetada le empujó a acabar con sus días; y a esa medicación, la misma, que los poetas y narradores veinteañeros de Estados Unidos guardan en sus bolsillos como si fueran golosinas.
La novela de los 50.000 dólares – Luna Miguel
En un artículo de Jot Down, la escritora Luna Miguel (22 años, lo anoto con admiración) muestra su apego fanático por el escritor Tao Lin (cumple 30 dentro de un mes), al que adjudica los méritos cartesianos de tener «5000 amigos en Facebook, varias fanpages cachondas, casi 22.000 seguidores en Twitter y otros tantos mil en Tumblr», haber cobrado 50.000 dólares de adelanto de una megacorporación editorial e ingerir «la droga que mató a David Foster Wallace», que, añade, «es la droga que da la vida a la generación de escritores que ahora le sucede».
Obviada la pasión por Tao Lin —Miguel es de la generación muy fan que postula la prohición de discutir las devociones de un joven escritor con el que comparta edad y sensibilidades—, la referencia a la droga, uno de los ansiolíticos más vendidos del mundo, denota un hondo desconocimiento de la farmacopea y es, cuando menos, simplona. La relación entre ésta y el suicidio de David Foster Wallace es un rasgo de puro amarillismo.
1. El alprazolam —principio activo de la benzodiacepina que en los EE UU se vende como Xanax y en España como Trankimazín, marca bastante más castiza y, claro, menos cool para quienes todavía asocian la letra equis con no sé qué mandanga hipe— está a la venta desde 1980 y no es, como parece sugerir el artículo, una droga que hayan descubierto los escritores de menos de 30, sino sus padres y madres. Tiene otros muchos nombres comerciales (Alplax, Ansielix, Bayzolam, Calmol, Emeral, Tafil, Tagut, Tensium, Trankimazin, Zamoprax), pero el reduccionismo pop se ha quedado con Xanax, que vende, como su émulo español, el perverso laboratorio Pfizer. Es uno de los medicamentos con mayor tráfico legal en el mundo, no un grial privado de unos pocos enterados.
2. El Trankimazín-Xanax se suele administrar contra los ataques de pánico y, en ocasiones, contra las crisis de ansiedad.
3. Wallace padecía, desde la adolescencia, ansiedad y depresión. Fue internado varias veces en clínicas, sometido a electrochoques e ingirió todo tipo de químicos, no sólo Xanax. Para su infortunio, también fumaba mucha marihuana —mala amiga de los ansiosos— y bebía alcohol. Se mató con una soga. Se mató porque sufría. No lo mató una droga.
4. Equiprarar una benzodiacepina a un Sugus es un terrible insulto para quienes necesitamos medicamentos para no atarnos una soga al cuello.
5. Tao Lin es tan aburrido como Marcel Proust pero, a diferencia de éste, no sabe escribir novelas, aunque sí quizá posts y twitters.
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