En estos días de glaseada templanza, el mundo es politonal y (algunos de) sus habitantes pueden tocar todas las teclas.
Hay actores de cine que dirigen, escritores que cantan, políticos con barra catódica para palabrear, meretrices que son nombradas embajadoras de Unicef, entrenadores de fútbol con tratamiento de Su Excelencia, músicos con más cash flow que algún banco, banqueros que explotan el glamour cuando deberían estar en presidio, cochinillos fuera del horno ejerciendo como primeros ministros, periodistas de pacotilla en la Academia de la Lengua, lenguas en bolsillos ajenos, pazguatos protegidos por escoltas pagados por el Estado…
A fuerza de cursilería, la verbena manejada por los politonales se lleva por delante pueblos enteros hasta dejarlos en el fangal donde ningún tipo de vida es posible.
Nadie parece sentirse satisfecho. Lo entiendo: la herencia nunca es suficiente y mirar a ambos lados ya no es un movimiento de curiosidad sino una antesala de la envidia. Si él puede, yo también.
La señora Patti Smith, por ejemplo.
Disfrutaba de una cómoda y tornasoleada decadencia, viviendo de las rentas de la inspiración pasada. Merecidas, arguyen algunos. Sí, bien, hizo un gran disco y tal vez no sea necesario mucho más para entrar en el santuario, pero, ¿por qué no lo admite, cría a sus hijos, sigue disparando Polaroids desenfocadas de parques de atracciones y, de vez en cuando, se pasa por algún centro de cultura subvencionada para recitar a Rimbaud?
El año pasado le dieron el National Book Award en los Estados Unidos por Éramos unos niños, un librito de memorias soft y complaciente. El premio demuestra la dirección y el calibre de las balas del ensayo en estos tiempos: fuego amigo, no hace falta morder el polvo para salvar la vida.
La Smith ya no se presenta como cantante, compositora, gritadora, meadora de escenarios o cualquiera de aquellos oficios artesanos y revolucionarios por ser, precisamente, simples. Ahora es «writer, performer, and visual artist». O sea: nada, nunca, jamás.
El último movimiento de la estrella polivalente (el adjetivo me asquea con la misma potencia que las filloas de sangre de algunas comarcas ourensanas) es escribir una novela de serie negra. Lo anunció hace unos días en Londres.
En un arranque de originalidad y adaptación al medio precisó que estará inspirada en Sherlock Holmes -aplausos de la hinchada local- y en los libros Mickey Spillane, el más fascista y homófobo de los escritores yanquis de harboiled.
A esta segunda referencia debemos concederle un margen de reposo habida cuenta de los muy mareados conocimientos literarios de Smith, que el año pasado en España no cesó de salmodiar sobre las bondades de Roberto Bolaño, al que colocó poco menos que defendiendo el Palacio de la Moneda, mano a mano con Salvador Allende y Pablo Neruda.