Sin tinta

05/06/2013
Foto: Santigo Mato

Foto: Santigo Mato

Cuando comencé a trabajar como periodista —creo que no llegué a considerarme periodista hasta, por lo menos, diez años más tarde, cuando entendí que el cuento es la única forma de crónica que hace honor a la desmesura de la realidad— sólo necesitaba un bolígrafo y una libreta.

Era corresponsal de Europa Press en una ciudad de provincias y transmitía los despachos por teléfono, dictándolos a eficientes mecanógrafas y empleando un código con un deje entre bélico y de Diccionario Enciclopédico para evitar las erratas en los nombres propios. Decías «Oviedo Roma Teruel Italia Granada Uruguay España Italia Roma Avila» para decir «Ortigueira». Te sentías importante con esas pendejadas, sabiendo lo difícil que era encontrar ciudades o países con una letra u inicial (Ubeda, Uruguay, Uganda y poco más, creo).

Estar en el teléfono de fichas de un bar o en una cabina pública añadía sensación de dinamismo al intercambio y, pese a lo que puedan imaginar mis hijos, crecidos en la high tech, trabajábamos bien y sin demoras décadas antes de los teléfonos móviles.

Como paso previo al deletreo vendías la información, porque la agencia pagaba por pieza y no estaba dispuesta a tirar el dinero con un atraco bancario a punta de recortada o una conferencia de prensa de un concejal de Obras. En el proceso de venta intentabas que el interlocutor fuese un mando intermedio amable y no uno de los redactores jefe gruñones que se creían accionistas de la empresa. Tanto a unos como a otros, les ofrecías un resumen hinchado y fantasioso hasta lo admisible. Manoseé tantas veces el adjetivo «importante» que le llegué a tener el mismo cariño que a una amiga con derecho a roce.

Pronto me hice con algún otro trabajo. Llegué a tener cuatro al mismo tiempo, en ninguno tenía contrato y todos tenían ese delicioso olor a polilla del periodismo del ancient régime que se respiraba en el postfranquismo.

En la delegación del diario Faro de Vigo, donde firmé tantas piezas miserables como porros de hachís fumé mientras las escribía, vino a visitarnos en Navidad el secretario del Colegio de Abogados, trayendo sobres delicadamante personalizados con nuestros nombres escritos a mano por el presidente, Manuel Iglesias Corral, que había sido alcalde de la ciudad en la República y luego se puso la camisa azul del fascismo. Cada sobre contenía un aguinaldo de cinco mil pesetas en billetes de curso legal —he de suponer que sin marcar, hablamos de abogados—. Devolví el sobre con más rubor que indignación y seguí dándole al cáñamo.

En La Hoja del Lunes, aquella publicación vertical y pesebrista entregada por el poder a las asociaciones de la prensa, tenía una sección de cotilleos culturales, materia harto sorprendente teniendo en cuenta que Coruña era —hablo de los primeros años ochenta— una aldea vetusta y seca donde la performance más eléctrica era el encuentro diario de torturadores franquistas con jueces y fiscales en el Cantón Bar.

Por las tardes, a las seis, los gacetilleros que hacíamos sucesos teníamos cita diaria en la Jefatura Superior de Policía para que nos pasasen las notas rojas del día. El inspector encargado intentaba ser fiel a naciente corrección política con eufemismos gloriosos: nunca decía «gitano», sino «persona de aspecto cetrino y desaseado».

Durante tres años llevé el gabinete de prensa de la sede local de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Escribía y fotocopiaba notas que los medios locales publicaban con una textualidad que orillaba el oficio y hacía honor a la vagancia. También tuve la oportunidad de beber unos whiskys con Juan Benet y soportar los modales de generala de Maruja Torres.

Todo esto viene al caso del microperiodismo que toca a la puerta en esa semana inequívoca: el diario que despide a todos sus fotógrafos para sustituirlos por humanoides bien entrenados en el uso del iPhone y dispuestos a la explotación.

Todavía me bastan un bolígrafo y una libreta, pero estoy cansado hasta el hastío y ya no hay tinta. Esto está Madrid Uruguay España Roma Teruel Oviedo.

Tags:

One Response to Sin tinta

  1. […] partir de mis llantos recientes por la muerte del periodismo (tal como lo entiendo) necesito acudir a los libros de oración. El […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Fotos (digital)

Fotos (digital)

archivo de mi fotografía digital

Fotos (film)

archivo de mis fotos analógicas

mi libro de no ficción

mi libro de no ficción

Bendita locura. La tormentosa epopeya de Brian Wilson y Los Beach Boys

mi fotolibro

De Jose Angel Gonzalez

hot parade

fotos de autores a los que admiro

posts recientes

archivo



reportajes


Follow

Get every new post on this blog delivered to your Inbox.

Join other followers: