Van quedando pocas, al menos pocas que me satisfagan, de este proceso de liquidación de la deuda fotográfica con el pasado.
De estas cuatro —cámara: Holga 135, película TX, 400 ASA— puedo decir:
La doble exposición del niño que quiere y rehuye a la ola: la madre, fuera del cuadro, me echó en cara que retratara a su hijo. Tuve que darle charla, explicarle, mostrarle la camarita plástica como disculpa… Hacer fotos a menores empieza a ser un incordio.
La casa y la palmera: una topografía clásica de nuestro barrio. Me gustaba mucho la ligereza antisísmica de los tablones blancos.
Los monjes tibetanos: dibujaban un mandala con arena coloreada, no pestañeaban, como budas, como pistoleros ante el satori.
H, remontada en cámara con otros dos negativos difíciles de ubicar: h hace que no sea yo el pistolero.