Hice la foto hace unas horas, en una de esas calles de perniciosa locuacidad del downtown madrileño, entregado en régimen de franquicia a las cadenas transnacionales de moda pronta y porciones de pizza-basura.
Quiero (necesito) irme de este lugar. Sólo en las áreas mínimas del barrio y nuestra casa me siento cómodo.
El resto del terreno parece diseñado para la agresión o para hacer de la vida una verbena malévola.
– ¿Sabes, Wendy? , cuando el primer niño rió por primera vez, su risa se rompió en miles de pedazos que se fueron dando saltos, y así fue cómo aparecieron las hadas. Y por eso tendría que haber un hada por cada niño y cada niña.
– ¿Tendría que haber? ¿Acaso no es así?
– No. Ahora los niños saben mucho y pronto dejan de creer en las hadas, y cada vez que un niño dice “No creo en las hadas”, en algún lugar hay un hada que muere”
La foto demuestra que hay un único refugio en la abismal negrura: cerrar los ojos, soñar, sonreír.
Así me sentía yo antes de dejar Madrid.
Ese ha sido mi refugio durante años.
Y decirle adiós a las cosas sin pena.
¿Cuando os marcháis al final?
Ojalá pudiera responder, David. Todo se está complicando. Por nosotros estaríamos allí mañana. Ya te contaré.
Such a touching shot, Jose. So beautifully framed!
Thanks a lot, Sharon. Your presence is a nice surprise.