Hola Raymond Daniel Manczarek —ése era tu apellido, pero lo sometiste a tunning, dejándolo en Manzarek: el registral era demasiado polaco, demasiado judío, muy poco hipster—,
Toda muerte debe ser respetada, dicen los libros de culto, pero para mí estabas muerto, de modo que siento tu final pero no tengo lágrimas que derramar.
Falleciste durante años: llenando de miserable academicismo planeante las ampulosas canciones con peores letras de Jim Morrison, aquel niño de buena familia indigestado de sí mismo e inyectando poesía de taller literario al todo-vale-con-tal-de-que-sea-liberador hippie.
Tras la rentable muerte de Morrison —que había sido despreciado por ti y el resto de los Doors cuando se convirtió en un borracho panzón que ya no lucía sexy en los escenarios—, te dedicaste a hacer caja. Esa fue tu vida: un libro de asientos contables.