Cuando Ralph Gibson (Los Ángeles-EE UU, 1939) tenía 27 años decidió romper con todo. Como primera medida, abandonó su ciudad natal, donde se ganaba la vida como fotoperiodista y retratista publicitario de moda para diarios y revistas y, de vez en cuando, se permitía lujos creativos, como su primer libro, un fotoensayo sobre Hollywood (The Strip, 1966). Después eligió destino: Nueva York y, en concreto, el lugar más canalla de la ciudad, el mítico Hotel Chelsea frecuentado por músicos de rock y otras alimañas.
Llevaba encima poca cosa: 200 dólares y su fiel par de cámaras Leica M6 —nunca las ha cambiado y todavía las utiliza—, pero en la cabeza tenía algo más de mobiliario: estaba decidido a cambiar, a encontrar un lenguaje fotográfico propio, personal, de nadie más que de él mismo. No le importaba el estilo ni la técnica, sólo saber que cada foto era fruto de su mirada y no la proyección de las de otros.
Nueva York y la época —entre 1966 y 1971, tiempo eléctrico, creativo, de tránsito— fueron la inspiración que necesitaba. Conoció a otros fotográfos, entre ellos algunos que dejaron una huella profunda en el joven Gibson, y también en el resto de la humanidad, como Dorothea Lange y Robert Frank, para quienes trabajó como asistente, y Mary Ellen Mark; leyó mucho —se quedó prendado con el universo de laberintos infinit0s de Jorge Luis Borges—; escuchó música de vanguardia…
Gibson decidió vivir de noche y dormir de día, sintió que su verdadero yo estaba en la parte oscura de la vida. Sus fotos se tornaron surrealistas, levemente simbólicas, ganaron en contraste y en profundidad. Compuso un libro, The Somnambulist, según su nuevo estilo, su nueva mirada, pero las editoriales lo rechazaron. Fundó su propia editorial, Lustrum Press, y editó tres mil ejemplares en 1970. La obra es considerada hoy uno de los fotolibros imprescindibles del siglo XX.
Lo demás, acudiendo a la ayuda del lugar común, es historia. Gibson se ha convertido en uno de los fotógrafos más respetados y personales del mundo. Sus imágenes han recorrido el mundo, han sido premiadas una y otra vez e incluso han servido para ilustrar un disco de Joy Division —una de las fotos interiores de Unknown Pleasures—.
La galería Camera Work, de Berlín (Alemania), anuncia ahora una retrospectiva de toda la obra de Gibson. Se celebrará entre el 16 de junio y el 4 de agosto, estará compuesta por sesenta piezas y permite comprobar, dicen los organizadores, como aquel muchacho que llegó al Chelsea Hotel con los bolsillos llenos de sueños se ha convertido en “una de las figuras seminales e históricas” de la foto contemporánea, sobre todo por su capacidad para mezclar “estilos diferentes” sin perder la mirada personal.
La exposición compendia cuatro décadas de carrera: desde The Somnambulist hasta las últimas series del fotógrafo, pasando por sus trabajos metafísicos Déjà Vu (1972) y Days at Sea (1974), en los que la diversidad de motivos no amortigua el aura de misterio de las fotografías, borrando los límites entre el realismo, el surrealismo y el expresionismo. “La cámara me lleva a otras dimensiones, a las expresiones de sentimientos completamente nuevos”, ha afirmado el fotógrafo sobre su estilo y la incesante búsqueda de una nueva forma de expresión de evocar emociones en el espectador.
La retrospectiva permitirá también ver los desnudos femeninos en los que Gibson ha trabajado en los últimos años. Se trata de fotos que aislan partes del cuerpo de la mujer con un erotismo apasionado y sutil. “Me encanta fotografiar mujeres y podría decir que la forma del cuerpo femenino es absoluta y perfecta”, dice el fotógrafo.