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rock and roll, pobrecito y harapiento hijo de negros
restringido, escaso, sin zapatos para atravesar la ancha tierra
huérfano, ¿dónde está tu estirpe?
cuatrero, ¿sigues robando caballos?
encías, ¿reclamas agua bendita?
rama ahorquillada, no sé cuándo te partiste, aunque yo, miserable, disfruté de la agonía
buscándote hallé la boca abierta del hambre, la cama claveteada y difícil de soportar, el arpegio del relámpago sobre el sexo abierto de la pradera
me diste algo más, entregado chapero: lujuria y nudos corredizos, la creencia de que mi padre es un pobre idiota, el corazón del agua rota en la garganta
te veo ahora, en carrozas de vidrio trasladado, en un revuelto de algas, braceando tullido, sin noches de pasión, viviendo con un rumiante en la cabeza
compañero de colegio fantasma –sacerdotes maricas, dioses del caliz y el esperma–, te perdí sin que llegases a la adolescencia
pum, hizo la carabina
apoyada en el memorable bronce de tus maxilares
¿cómo te llamabas, pobrecito?, ¿Hank?, ¿Cash?, ¿Holly?, ¿Diddley?, ¿Presley?, ¿Redding?
no, no eran ésas las filiaciones: eras árbol fronterizo, álamo
eras automóvil, Mustang
no eras gente, ni un milímetro de persona había en tu loca y deshabitada casa de sueños
tumor luminoso, eso sí
tardes sanguíneas, auroras conquistadas, también
nos tocabas y nos habitabas, uno a uno, en separado secreto, y también al mismo tiempo, a todos en comunión: tenías dedos suficientes para tanto
recuerdo los encatamientos, ahora clausurados
decías:
somos las flores de la oscuridad, la arteria del mundo
decías:
la nutrición es un rezo, la música debe alimentar
ahora, perdido en oro, pobrecito
con el magnífico testuz abierto y el magnífico público riendo
ante el espejo funerario y patrocinado de la podrida boca abierta por la bala