A los 120 años de su nacimiento, siguen apareciendo inéditos de Fernando Pessoa, el autor del Libro del desasosiego.
Dicen los pocos amigos que le trataron en vida que en los últimos meses Fernando Pessoa caminaba a un palmo del empedrado santo de su Lisboa, como un maniquí sujeto al aire por un clavo invisible. Tenía 47 años y era un pobre hombre de gabardina sucia apenas celebrado en algunos círculos literarios menores pero casi desconocido para el gran público y con escasa obra publicada. El 30 de noviembre de 1935 murió en una clínica tras pedir que le alcanzasen las gafas. Ahora, en el año de celebración de los 120 de su nacimiento (13 de junio de 1888) ese silencio retumba.
Esto: “La inmensidad de las cosas vacías, el gran olvido que hay en el cielo y la tierra”. O esto otro. “Tener opiniones es estar vendido a uno mismo”. O: “Nunca pienses en lo que vas a hacer. No lo hagas”. O bien: “Me duelen la cabeza y todo el universo”. O esta línea, escrita un día antes de la muerte, con las entrañas reventadas por un pertinaz, silencioso, consciente y solitario consumo de macieira, el bravo aguardiente de los portugueses: “No sé lo que el mañana me traerá”.
Si los centroeuropeos tienen a Franz Kafka para justificar sus zonas oscuras y los franceses a Proust para describir la tan vanagloriada grandeur de sus magdalenas, los atlánticos tenemos a quien quiso y consiguió “sentir todo de todas las maneras” multiplicándose a sí mismo en más de veinte heterónimos, sus inexistentes conocidos (“el señor Pessoa no ha venido hoy, pero ha enviado a su amigo Alberto Caeiro”, decía). Tenía urgencia de yonqui por saberse vertiginoso y caótico porque preveía la asepsia de algodones que ahora finalmente ha triunfado. “La velocidad de los vehículos ha drenado la velocidad de nuestras almas”, escribió.
Nadie duda a estas alturas que Pessoa es uno de los grandes escritores de la historia y acaso el mejor poeta de todos los tiempos. Hemos llegado con retraso pero hemos llegado. Debutó muerto y quizá lo intuía al optar por la vida triste que llevó como pasante de almacenes de comercio y exportación. Su familia le consideraba un fracasado; las élites, un outsider; los académicos, ni se enteraron.
En España van por diez las ediciones del nada complaciente Libro del desasosiego, tratado (o prosa poetizada o diario de pérdidas o lo que al lector se le ocurra) sobre la saudade, esa espiral profunda del alma a la que nos lleva nuestra esencia oceánica, escrito desde la creencia de que la noche es eterna (ya que, aunque decimos vivir, yacemos “bajo el vacío derrumbado del universo entero”) y “hablar es tener demasiada consideración por los demás”, porque “por la boca mueren el pez y Oscar Wilde”.
En nuestra tierra hermana portuguesa, a la que consideramos con grosería poco más que un destino vacacional barato, la voz de Pessoa es la voz del corazón colectivo. En este año conmemorativo se acaba de inaugurar una estatua frente a la casa natal, en la explanada de San Carlos, la Biblioteca Nacional puso el viernes en línea la reproducción digitalizada de 29 cuadernos del escritor y en septiembre será editado un disco con algunos de los mejores raperos portugueses haciendo hip-hop con letras de Pessoa.
Pero lo que quita el sueño al Estado portugués es la venta, anunciada para septiembre, de unas 800 páginas de manuscritos inéditos. Los herederos del escritor, sus sobrinos Manuela Nogueira y Miguel Roca, quieren que la puja, que organizará la casa de subastas online Potasio 4, sea pieza a pieza para recaudar todos los millones posibles. El Ministerio de Cultura amenaza con aplicar una reciente ley sobre bienes culturales y ejercer un tanteo preferente.
Entre los inéditos –parte del copioso material que el compulsivo Pessoa guardaba en un arcón, en el que todavía hay una decena de libros y 2.300 piezas sueltas– destaca el llamado dossier Crowley, la redacción final de una novela sobre la relación del portugués con el satanista, pornógrafo, heroinómano y espía británico Aleister Crowley (1875-1947), la Gran Bestia, con quien organizó en 1930 un misterioso montaje, con falsa desaparición del inglés incluida, en la Boca do Inferno, los siniestros acantilados de Cascais, cerca de Lisboa.
Según el traductor al castellano del Libro del desasoiego, el profesor de Filología Perfecto Cuadrado, leer a Pessoa sigue siendo “un riesgo necesario” porque, como se ha apuntado, vivimos en la ‘era Pessoa’, la de las máscaras para evitarse a uno mismo. Como Pessoa (en portugués, Persona), nos queremos embreados de contradicción.
Suicidio de Mário de Sá-Carneiro (26 de abril de 1916)
Mário de Sá-Carneiro fue el mejor amigo de Pessoa y un poeta de gran sensibilidad.
A los 26 años bebió una dosis mortal de estricnina en París (“en París es preferible por razón de leyenda”, escribió) y “estrictamente” vestido de smoking.
El día antes envió y legó toda su obra al amigo con una carta conmovedora (“no te enfades conmigo”).
Uno de sus versos explica el deseo de muerte: “Yo no soy yo ni soy el otro, soy algo intermedio”.
[Esta pieza fue publicada el 3 de julio de 2008 por el diario 20 minutos. Aquí la puedes leer completa en PDF]
E l E s ta d o p o r tu g u é s lu c h a p a r a h a c e r s e c o n la n o v e la s o b r e e l s a ta n is ta A le ix te r C r o w le y .
[…] claro que El libro del desasosiego de Fernando Pessoa me acompañará. No puedo vivir sin él. Quizá también lleve los poemas de Paul Celan para […]
[…] Cuando la gente pregunta por el tamaño de mi cansancio, me gusta responder con orgullo y citando a Pessoa que en el juego del dominó, una vez concluida la partida, ganado o perdido el juego, las fichas se […]
[…] cada noche o, como diría el bajito Barrie, “directo a la mañana” o, como diría el niño Fernando en el texto más bello nunca escrito (Tabacaria, ¿recuerdas?, te lo leí por teléfono cuando […]
[…] No por casualidad es ourensana, me digo. No por casualidad reside en tierra de noches largas y afiladas. No por casualidad se presenta citando al hombre, también atlántico, que se sentía transbordado de sí mismo, Fernando Pessoa: […]
[…] de algún tipo de tuberculosis. Los aprendices de K. —Bernhard, Kis, Sebald, Handke, Cartarescu, Pessoa…— nos aplaudían desde la hierba que acababan de segar saludables cuadrillas de las […]