Elvis Presley me regaló un Cadillac rosa. Lo hacía a menudo: repartía Cadillacs por puro capricho.
Unos días más tarde, revisando el maletero, encontré un pellejo humano, la piel completa de un cuerpo, con aberturas para los ojos, calzas de piernas y brazos.
Debe pertenecer a Elvis, pensé. Iré a Graceland a devolvérsela.
Cuando llegué, El Rey dijo:
Quédatela. No la utilizo desde 1956. Ahora creen que soy blanco.
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