Hola Mr. C.,
Quizá la inicial de tu apellido tenga ahora más sentido que nunca. Te llamaban Mr. C. por dos razones:
1. Te parecías a Cristo, pero «uno que nadie se imaginaría», explicó el trompetista Don Cherry, una de las fieras a las que regalaste la llave de la jaula.
2. Estabas convencido de que cuando tocabas en la escala de Do mayor —que los anglosajones llamáis escala de C— lo que hacías era silabear un alfabeto, parir un idioma. La escala que tanto fatigaste, por cierto, es la favorita para misas y tedeums porque es la menos errática en color y afinación, la más adecuada para rezar.
Ahora que estás muerto, Ornette Coleman, Mr. C., veo inundados los canales de desagüe mediático de tu grandeza: incluso te colocan en algunas estaciones de bombeo entre el cretino Morrisey, la defraudadora fiscal Montserrat Caballé y un tal Chris Pratt, que no tengo el placer.
En esos discutibles foros eres «icono», «libertador» y «libre». Alguien lo había dicho antes y mejor al señalar que eras «el músico más importante en la historia del jazz después de J. S. Bach».
Nadie te llama Cristo desde que a Cherry —el único músico capaz de hacer gritar a un trompetín— lo mató un cáncer de hígado en Málaga.
Las fieras no se sienten avergonzadas al pronunciar ciertas palabras.
Desde hace varias décadas escucho, en varias permutaciones, una misma idea: «Me gusta el jazz, pero no entiendo el free jazz«. La frase es equivalente a esta otra: «Me gusta leer, pero no entiendo a Stendhal».
En suma, Mr. C., lo has conseguido: has reunido a tu grupo de blues —eso es el free jazz, canto de esclavos escapando cielo arriba— en la pradera eterna. Pide a Charlie Haden, que se adelantó un año casi exacto en llegar allí, que deje de atorrar a Cristo con la liberation music multicultural con la que pagaba el precio por tanta heroína derramada y, vamos, tocad Tears Inside otra vez. Ningún ángel dirá que no entiende el free jazz. Se hicieron adictos con los tedeum.
Otra entrada sobre Ornette Coleman:
[…] Me atrevo a intuir que me llevaría bien con el señor David W. Niven, del que nada sé excepto lo primordial para cimentar una fructífera amistad: le gustaba, como a mí, el jazz polvoriento y aún rugoso previo a la revuelta del bop post Parker; los desvaríos, deliciosos pero con exceso de pompa del modal post Miles, o locos pero demasiado chirriantes del free post Ornette. […]
[…] El conflicto, al parecer, nace del diafragma, que ha perdido la forma original. El mío ha dejado de ser una ordenada fuga de Bach para convertirse en una pieza free de Ornette Coleman. […]