Norman Rockwell, tras la cámara

13/06/2013

El ilustrador Norman Rockwell (1894-1978) dejó un legado de casi 4.000 obras y alcanzó el logro, al alcance de muy pocos artistas, de que su apellido se adjetivizase. Suele decirse que es ‘rockwellesque’ (rockwellesca) cualquier obra de arte que represente un ideal estilizado y levemente sentimental de la sociedad civil de los EE UU.

Aunque el adjetivo no siempre conlleva un juicio positivo —el escritor Vladimir Nabokov le considero un «banal (…) hermano gemelo» de Dalí pero «secuestrado por los gitanos en la infancia»—, lo cierto es que el prolífico artista, cuando han pasado 120 años desde de su nacimiento y 35 desde su muerte, todavía es el más querido de los dibujantes estadounidenses. Durante cuatro décadas, sus portadas para el Saturday Evening Post eran esperadas con pasión por el público y funcionaban, sin la pretensión de serlo, como editoriales o crónicas periodísticas que condensaban la opinión y la visión de la vida de los ciudadanos de a pie.

Irónicos y con un sarcasmo de baja intensidad, los dibujos de Rockwell mostraban una nostalgia de pureza pristina por los placeres y los problemas cotidianos —los romances, las vacaciones, las tragedias y los triunfos cotidianos, el absurdo de la existencia…— , pero no eludían temas de calado. Su ilustración, basada en un hecho real, The Problem We All Live With (El problema con el que todos convivimos, 1964) muestra a una niña negra entrando al colegio bajo la protección de agentes de policía mientras los manifestantes partidarios de la segregación racial, a los que el artista no pinta, le arrojan tomates, que sí aparecen en la ilustración, estrellados contra la pared ante la que avanza, digna, sin temor y con un traje de domingo de inmaculada blancura, la pequeña escolar.

La contemplación de la fascinante obra de este gran artista —»es maravilloso y se ha convertido en tedioso pretender que no lo es», escribió con justicia algún crítico— parece conducir a la conclusión de que pintaba sin apenas esfuerzo gracias a un enorme y precoz —empezó como adolescente a hacer cubiertas para una revista de los Boy Scouts— talento natural para el dibujo. La exposición Norman Rockwell: Behind the Camera (Norman Rockwell: tras la cámara) demuestra que la verdad es otra.

La muestra, organizada por el Rockwell Museum y ahora en cartel, hasta el uno de septiembre, en el McNay de San Antonio (Texas), revela hasta que punto Rockwelll necesitaba orquestar previamente sus ilustraciones mediante fotografías. Las imágenes reproducían la idea inicial del artista para cada ilustración y eran escenas a las que luego aplicaba, con precisión casi mimética y apenas unos retoques aquí y allá, los lápices de colores, la tinta y las acuarelas.

Aunque al comienzo de su carrera Rockwell contrataba modelos profesionales para las escenografías, pronto se percató de que resultaba bastante más eficaz y fácil acudir a vecinos, amigos y familiares, con quienes la complicidad era mayor, la paciencia se daba por entendida y las apariencias de los rostros y los gestos eran más naturales.

En las sesiones de estudio acomodaba cada elemento para la cámara, seleccionaba apoyos y ubicaciones, y dirigía a los modelos, organizando el trabajo como un realizador de cine. Cuando estaba satisfecho con la orquestación instruía al fotógrafo, que siempre era un ayudante, para que empezase a disparar tomas. No le gustaba tomarlas por sí mismo porque no quería perder detalle de lo que sucedía en el set.

Para algunas ilustraciones, como la inolvidable Going and Coming (Yendo y volviendo, 1947), que muestra las visiones paralelas de la misma familia marchándose de vacaciones y regresando, hizo centenares de fotografías para recoger a cada uno de los integrantes del grupo en los momentos de expansiva alegría de la marcha y de atribulada tristeza del retorno.

La exposición muestra como Rockwell, «un narrador natural con un ojo infalible para los detalles», encontró en la fotografía un medio aliado para desarrollar su «instinto narrativo» mediante imágenes «meticulosamente compuestas», dice Stephanie Haboush Plunkett, comisaria del Norman Rockwell Museum.  El director del McNay, William J. Chiego, añade que la antología es una oportunidad para ver el cómo se hizo de las obras de «un genio de los cuenta cuentos«.

Los biógrafos de Rockwell han señalado otra razón para el uso de las fotos. El artista, que tendía a sufrir depresiones cíclicas y crisis de confianza en sí mismo, era muy autocrítico con su trabajo y ponía en duda de manera continua la calidad de su arte. Las fotos eran una red de seguridad.

[Escrito para Artrend – 20 minutos]

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