Carne y sangre ciertas. David Nebreda no tiene truco.
La escenografía deja de tener sentido. El espacio físico es la piel y el epistemológico la verdad que esconde, nunca aprensible.
La leyenda dice: nacido en Madrid en 1952, licenciado en Bellas Artes, diagnosticado con esquizofernia paranoide desde 1971, cuando tenía 19 años.
El filósofo francés Jean Baudrillard escribió: «Nebreda consigue negarse absolutamente y plasmar esta auto-negación como obra de arte».
El verbo estremecer, el adjetivo horroroso, la exclamación ¡basta ya!, toda esa semántica no funciona en el engranaje de la sangre.
«Mi realidad es peor que las fotos (…) He conocido al enemigo de dentro y de fuera», ha escrito Nebreda.
La leyenda dice: recluso desde hace 20 años. Se niega a ser medicado. Sólo acepta el consuelo de la fotografía, la Gran Herida.
Otro esquizo, Antonin Artaud, señaló el camino: «No hay nadie que haya jamás escrito, o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado a no ser para salir del infierno». Lo cita, con justicia, Marisol Romo Mellid en una pieza sobre Nebreda.
La terminología: el doble, la tragedia, el sufrimiento, el vía crucis, la humillación auto inflingida…
En el ensayo Corpus Solus: Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, el catedrático de Historia del Arte Juan Antonio Ramírez parece darnos a entender que conoce o conoció a Nebreda: «Como fotógrafo es autodidacta (no se le daba importancia a este medio en sus tiempos de estudiante en la Facultad de Bellas Artes de Madrid), pero no deja de sorprendernos el rigor y la perfección de sus tomas».
También califica la obra de Nebreda como «optimista», porque «ha bajado al abismo más oscuro de sí mismo y, tras sufrir peripecias y penalidades indecibles, ha regresado cargado de tesoros. Como joyas rutilantes, resplandecen ahora en la oscuridad de este mundo sombrío en el que habitamos todos. «No más allá», parecen proclamar. Desde el fondo de la cueva, desde el interior del capullo de la metamorfosis, desde el cáliz de la Pasión emerge el mensaje de que «aquí ya no queda nada». Sólo cabe volver a empezar. O mejor aún, resucitar».
La leyenda dice: la vivienda es un pequeño apartamento de Madrid, de dos habitaciones. Nadie o casi nadie sabe la dirección.
Algunas fotos de Nebreda están expuestas estos días en Francia, en la colectiva Autour de l’Extrême de la Maison Européenne de la Photographie. Las mezclan con piezas de, entre otros, Pierre Molinier, Robert Mapplethorpe, Andres Serrano, Joel-Peter Witkin, Rodrigo Braga y Raphaël Dallaporta.
Nada que ver. Todos ellos son, como mucho, goyescos, forenses, maquilladores de cadáveres. Nebreda es el cadáver.
La leyenda: durante estas décadas de aislamiento ha trabajado con una cámara analógica de 35 milímetros, dos ópticas (un 55 y un 28 mm) y un disparador remoto con un cable de seis metros. No hay retoque. La mierda, la orina, la sangre y el dolor son de Nebreda.
No se le quiere en España, es un topo. Su obra ha sido editada en Francia: Autoportraits (2000), Chapitre sur les petites amputations (2004) y Sur la révélation (2006). Sólo se ha celebrado una exposición pública de Nebreda en España, en la Universidad de Salamanca, en 2002.
La sangre y el excremento, sin truco, el compromiso final de un fotógrafo y sus laceraciones.
gracias, José
Yo estuve en esa exposición y me impacto mucho. Pero las fotografías al margen de la historia personal de Nebreda me parecieron extraordinarias. España es un país que no merece a David Nebreda.