Madre pálida

09/01/2011

Slavoj Žižek

Slavoj Žižek

Desesperada y obsesivamente reciclamos papel viejo,
compramos comida orgánica, lo que sea para asegurarnos de que
hacemos algo, que contribuimos. Pero igual que el universo
antropomórfico, mágicamente diseñado para la comodidad del hombre,
el así llamado equilibrio de la naturaleza – que la humanidad
destruye brutalmente con su arrogancia-es un mito.
Slavoj Žižek – El fin de la naturaleza

El esloveno Slavoj Žižek, el último punk, resume el año-catástrofe 2010 (cenizas volcánicas, seismos, lodo, humo…) y la «inconsistente gama de explicaciones contradictorias» de la ciencia, las llamadas «opiniones expertas».

Con la reiteración de nuestra culpa, de los agravios acumulados por la raza humana contra la Madre Naturaleza, sólo nos estamos consolando, insiste. La neurosis-verde (recicla tus detritos, sé responsable) es sólo una compulsión mórbida.

Entren al perverso placer del martirio prematuro: «¡Ofendimos a la Madre Naturaleza, así que recibimos lo que merecemos!». Estar dispuesto a asumir la culpa de las amenazas a nuestro medio ambiente es algo engañosamente tranquilizador. Si somos culpables, entonces todo depende de nosotros; podemos salvarnos simplemente cambiando nuestro estilo de vida.

No hay retorno, predice Žižek, citando el Parsifal de Wagner: «la herida únicamente puede curarse con la lanza que la hizo».

Ayer, circulando en automóvil privado por las calles hipercontaminadas de Madrid, es decir, colaborando con la tarea colectiva de ensuciarlas aún más (la única misión, además del hedonismo, que consideramos pública, de todos), hablamos de casi lo mismo (la ciudad como suicidio y cañón de pistola en la boca).

Acabábamos de dejar en el tren a mis padres, que nacieron campesinos y siguen viviendo, ya sin vacas ni abono, en la aldea a la que regresaban tras la Navidad.

Por la noche fuimos al cine y nos reímos, también todos juntos, del redneck campesino que deseaba cultivar cebollas.

«Deberíamos acostumbrarnos a un estilo de vida mucho más nómada», anuncia Žižek.

Pero quizá sea la naturaleza desastrosa quien nos obligue. Ya no queda espontaneidad posible en el movimiento. «Actualmente, cuando las armas de destrucción masiva no sólo están en manos de estados sino incluso de grupos locales, la humanidad simplemente no puede darse el lujo de un intercambio poblacional espontáneo».

La esperanza, el rayo miserable y diminuto, es que el desastre creciente nos lleve a «aceptar la imposibilidad de la inmortalidad omnipotente y considerar la posibilidad del cambio social radical».

No podemos confiar en la Naturaleza, que «ya no es una madre buena y protectora, sino una madre pálida e indiferente».

Estamos solos. Somos huérfanos de madre.

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