Mike Brodie (Arizona-EE UU, 1985) tiene el mismo espíritu aventurero, libre e ilegal que uno de los protagonistas de la novela En el camino, la epopeya de asfalto, libertad y vida acelerada que convirtió a Jack Kerouac en un difusor de la vida nómada y desentendida y sedimentó lo que se dió en llamar generación beat. Como el escritor, Brodie no tiene ansias por ejecer el apostolado: lo suyo es anotar desde dentro, mostrar la vida de la que participa.
Fotógrafo de vocación —aunque él prefiera afirmar que solo se trata de un hobby—, Brodie ganó en 2008 el Premio Baum para Fotógrafos Emergentes de los EE UU y su obra forma parte de las colecciones permanantes de varios museos de la primera división. Sin embargo, mantenía desde hace seis años un largo y misterioso silencio. Algunos decían que había perdido la ilusión y otros que se había dedicado a estudiar mecánica y que regentaba un taller de reparación de coches.
El regreso de Brodie es a todo trapo. Este mes expone en dos galerías de postín, una en Nueva York y otra en Los Ángeles, y publica un libro que, en la edición de lujo, cuesta 2.500 dólares (unos 1.900 euros). El fotógrafo vagabundo se decide a sacarle rentabilidad a su carisma como narrador desde dentro de la vida nómada de los vagabundos juveniles estadounidenses que cruzan el país como polizones de trenes de carga.
Crecido entre Phoenix (Arizona) y Pensacola (Florida) y criado por una madre soltera —el padre, según ha contado Brodie en el pasado, había idio condenado a nueve años de cárcel por robar una partida de mármol en la obra en la que trabajaba—, el chico se subió a un tren de carga por primera vez a los 17 años. Durante cuatro años recorrió 50.000 kilómetros practicando el train hopping (montarse a la brava en convoyes ferroviarios) junto a otros muchos jóvenes como él. Algunos huían de algo o de alguien; otros deseaban ejercer la rebeldía y algunos más simplemente se dejaban llevar por el placer de que cada día fuese un nuevo invento.
El libro del fotógrafo vagabundo tiene un título entre irónico y reivindicativo, A Period of Juvenile Prosperity (Un periodo de prosperidad juvenil). Una selección de imágenes del tomo se exponen, con el mismo lema, en la galería neoyorquina Yossi Milo, entre el 7 de marzo y el 6 de abril, y en M+B, en Los Ángeles, del 16 de marzo al 11 de mayo. La expectación es altísima porque Brodie es un personaje de culto en los EE UU y los medios de comunicación más serios están de los nervios (vean como muestra el artículo que la ha dedicado The New Yorker).
Durante sus años errantes Brodie se hzio llamar The Polaroid Kid. Alguien le había prestado («puedes llevártela, pero no vas a encontrar película para ese trasto») una Polaroid SX-70 Sonar OneStep, la primera cámara réflex instantánea y, además, con autofoco ultrasónico. Con ella a cuestas cruzó sobre raíles el sur y el oeste de los EE UU (Florida, Louisiana, Texas, Arizona, Colorado, California, Oregon, Washington…) e hizo fotos de la gente con la que se encontraba, desarraigados como él, motivados por el simple placer de moverse.
¿De dónde sacó Brodie el dinero para comer y comprar los (caros) cartuchos de la película Polaroid Time Zero que utilizó? Por un lado, se sometió a experimentos farmacéuticos como voluntario pagado —por ejemplo, 3.500 dólares por tomar un medicamento experimental contra la artritis durante tres semanas—. Por otro, robó en todas las tiendas que pudo película para la cámara hasta que Polaroid dejó de fabricarla. Se hizo entonces con una sólida Nikon F3 y empezó a disparar fotos en película de 135 milímetros. Son fotos de este formato, tomadas entre 2006 y 2009, las que integran el libro.
«Aunque nunca fue educado en técnica fotográfica las imagenes de Brodie son una mirada honesta y sincera que sólo puede proceder de la inconsciencia del medio», dicen en la galería M+B. «Sin saberlo, las imágenes de Brodie siguen los pasos de fotógrafos como Robert Frank y William Eggleston«. Los organizadopres de las exposiciones y los editores del libro también destacan el «ardiente deseo de movimiento» que emana de las fotos y la capacidad innata de Brodie para «tejer una narración».
No se equivocan. En estas fotos imprescindibles hay manos sucias, la inocencia del sueño, la belleza de la juventud en estado salvaje, la voraz curiosidad de ver, sentir y conocer, la alegría de estar fuera de las normas, el alcohol barato, los alimentos que nadie quiere, la inocente inmundicia, el glamour del desastre, el deseo ardiente de seguir adelante… y, sobre todo, la elección de un sueño.