Matt Mahurin necesita escasa presentación si la antesala es el clip que dirigió en 2011 para Tom Waits sobre la canción antibélica Hell Broke Luce, en el que un hombre, interpretado por el siempre sobreactuado Waits, arrastra una casa bajo el universal y eterno ritmo binario militar:
Izquierda, derecha, izquierda, / ¿Qué hiciste antes de la guerra? / Era un chef, era un chef, / ¿Y cuál era mi nombre? Jeff, Jeff / Perdí un colega en Irak, Rak / Me había salido de la metanfetamina / Y dormí, dormí / Tuve un buen hogar pero izquierda, izquierda…
Al penoso paseo asisten buitres a la espera de carroña, hay polvo, máscaras antigás, el cerebro ardiente de un general, un ejército de esqueletos, un barco con mandíbulas de escualo, un ojo negro en el cielo, un cementerio universal…
No te explicas como Mahurin, hijo de 1959, nació en la plácida localidad surfista californiana de Santa Cruz. Este tipo merece ser de Praga, de Ciudad del Cabo, de un suburbio del sur de París, de Valdimingómez, de Tegucigalpa, piensas.
Además de vídeos musicales —los ha firmado para, entre otros muchos, U2, R.E.M, Metallica y Lou Reed [aquí hay una lista de YouTube con bastantes]—, el hambriento e incansable artista ha dirigido unas cuantas películas y cortos —Tribe, su retrato de los EE UU, merece ser visto—, hace ilustraciones, cubiertas de libros, cuadros y fotografías.
Laureado, celebrado y bien pagado, no ha perdido la mala baba: se ha autorretado como Sigmund Freud, un prehomínido y un prisionero torturado en la cárcel militar de Abu Ghraib para ilustrar portadas de la muy circunspecta revista Time.
Tenebroso e inflexible hasta la descortesía, perturbador del ideario del mejor de los mundos posibles que vende la internacional de la propaganda, Mahurin me gusta, sobre todo, como fotógrafo. Prefiere pintar porque cuando hace una foto, dice, se siente menos libre, siempre «a merced de lo que se coloca delante de la cámara», pero yo disfruto ese sometimiento y, además, siempre he pensado que las cámaras son instrumentos que ejercen por su cuenta la emancipación y te obligan a ver como ellas quieren que veas. En el caso del fotógrafo californiano, la cámara es un hoyo, una perforación que reclama la caída.
Las fotos de este buceador de sueños, todas analógicas y, según dice, con todo el tratamiento posterior de la imagen reducido al cuarto oscuro, documentan la parte sombría del mundo. Son dinámicas, pero en el sentido en que podría serlo una pintura negra de Goya; austeras pero nacidas de un grito complejo pronunciado en todos los idiomas; caprichosas como el trazado de una bala mágica…
A medida que los vídeos y el cine le han reportado fama y dinero, Mahurin ha ido dejando de lado la exploración lóbrega y tiznada que ejercía con la fotografía. Me duele esa renuncia porque conozco pocos fotógrafos que como él, hayan desarrallado la idea de Joseph Conrad de que «la narración de un sueño no se puede transmitir» porque la esencia de los sueños es «verse atrapado en lo inconcebible». Izquierda, derecha, izquierda…, así vivimos.