El ventilador es un pobre alivio: apenas remueve la calima en el interior de la casamata. El lugar tiene nombre, Teviston, pero nada significa para la conciencia universal: un poblado ajeno que ofrece polvo y sofocación a 1.200 personas, casi el 90% de las cuales son trabajadores agrícolas ilegales.
Bienvenidos a la huerta de los EE UU, el Central Valley de California. El ocho por ciento de los productos hortícolas del país —el 85% de las zanahorias, casi el 100% de las almendras, la mitad de los espárragos, la tercera parte de los tomates…— se cultiva en este gran territorio: 58.000 kilómetros cuadrados.
La economía también es mayestática: los cuatro condados estadounidenses con más facturación agrícola están en el valle. Son Fresno, Tulare, Kern y Merced, que producen cada año unos 12.000 millones de euros en alimentos frescos —la facturación total anual de toda la zona es de 30.000 millones de euros—. Quince de los 18 condados de la región están entre los 25 más fértiles y productivos del país.
La sombra que se percibe tras el ventilador podría ser una radiografía del cultivador-tipo: inmigrante centroamericano, sin papeles y con un salario medio de 7.500 euros al año en un estado cuyos habitantes tienen un ingreso per capita de más de 17.000. ¿Explotación? Por supuesto.
El fotógrafo Matt Black, nativo del Central Valley, indaga en el fotoensayo The Kingdom of Dust (El reino del polvo) sobre las perversas consecuencias de las explotaciones intensivas que se han consentido durante casi un siglo en el Huerto de América: la humana y la del ecosistema.
La primera ha derivado en elevadas tasas de consumo de drogas y alcohol —en ambos casos, sustancias de clase barata: destilados que se acercan al metílico y drogas sucias de elaboración casera—, uno de los índices más altos de embarazos adolescentes de los EE UU y criminalidad ejercida por pandillas y gangs.
El aprovechamiento ciego del terreno ha terminado por secar los acuíferos subterráneos y convertir parte del valle en un erial. El agua existe gracias a los sistemas de irrigación artificiales, controlados, como algunas granjas altamente automatizadas, por satélite.
«La forma en que una sociedad obtiene el alimento —algo por lo que rezas y pagas— dice mucho de esa sociedad. El Central Valley revela cómo es la vida moderna. Una distopia rural: un paisaje empobrecido que una vez fue rico, industrializado pero rural, habitado pero descohesionado: un reino hecho de polvo que alimenta a millones mientras se consume a sí mismo», dice el fotógrafo.
Las fotos le dan la razón. Esta suculenta ensalada nos envenena el alma.
Que buen fotógrafo !
Sí, lo es