Las tres muertes de Masahisa Fukase, fotógrafo de cuervos

16/07/2013
Masahisa Fukase – “Autorretrato”

Masahisa Fukase – “Autorretrato”

El fotógrafo Masahisa Fukase murió tres veces. La última ocurrió el 9 de junio [de 2012] y será considerada como definitiva por los registros, que en este caso, como en tantos, cultivarán la imprecisión.

El cuerpo de Fukase tenía 78 años. Estaba detenido en un hospital en un coma profundo desde el 20 de junio de 1992, cuando sufrió una conmoción cerebral severa al caer escaleras abajo en un bar. Estaba borracho. Fue la segunda muerte.

En 1976, cuando Yoko, su mujer y musa durante 13 años, decidió divorciarse —estaban atados por un lazo tan apretado que abarcaba «desde el placer más profundo hasta el deseo del suicidio y la destrucción», dijo ella—, Fukase murió por primera vez. Estaba tan obsesionado con la imagen fotográfica de Yoko que a la mujer, asustada, se le hacía difícil ser alguien por sí misma y comenzó a temer al marido.

Masahisa Fukase - "Yoko"

Masahisa Fukase – «Yoko»

Entre la primera y la segunda muertes, triste y perdido, el fotógrafo pensó en dejarse arrastar por un río, ahogarse en el mar, colgarse de una viga, envenenarse… Tomó un tren hacia su lugar de nacimiento, Hokkaido, la más norteña de las islas del archipiélago japonés, pero no podía soportar la conciencia inútil del desplazamiento porque, pensó, el dolor admite todas las geografías y descendió al azar en una de las paradas. Entonces vió a un cuervo.

Masahisa Fukase - "Ravens"

Masahisa Fukase – «Ravens»

Con su aparatoso protocolo de relación con la naturaleza y sus ánimas, los japoneses han establecido que se debe evitar el cruce de miradas con el karasu (cuervo) porque implica que algo funesto sucederá. Acaso en espera del cumplimiento del augurio porque lo consideraba merecido, Fukase dedicó diez años a intercambiar miradas con cuervos.

Fascinado por la elegancia ominosa, la oscuridad y tristeza del ave a la que Poe llamó «vagabundo en la tiniebla«, hizo fotos de cuervos: silueteados, en sombras, reflejados en la nieve y el cemento, embrutecidos en la masa social de la manada, vigilantes en cables aéreos, desplegados sobre fracciones de cielo granuladas… «Trabajo para detenerlo todo. Mi obra es un especie de venganza contra el drama de tener que vivir«, declaró Fukase en uno de sus muy escasos testimonios.

Masahisa Fukase - "Ravens"

Masahisa Fukase – «Ravens»

Hasta que confluyó con los cuervos, había firmado dos fotoensayos de juventud: Oil Refinery Skies (1960) y Kill the Pigs (1961), sobre una refinería y un matadero. Heredero del estudio familiar que regentaron su abuelo y su padre en Hokkaido, compañero de estudios de dos de los grandes de la fotografía japonesa de la postguerra, Shomei Tomatsu y Daido Moriyama, Fukase era neurótico, complejo y depresivo. Sus fotos familiares, de los suburbios de Tokio y de Yoko le situaron en una posición económica cómoda, pero no era suficiente.

El álbum que publicó en 1986 en Japón, Ravens —luego editado en Europa con un añadido inútil y explicativo: The Solitude of Ravens (La soledad de los cuervos)—, fue elegido en 2010 por un panel de críticos como el mejor libro de fotografía de los últimos 25 años. El éxito trajo exposiciones en las flemáticas o caducas urbes continentales y puso a la obra en el altar de lo selecto (un ejemplar usado puede andar por los 1.500 euros), pero el fotógrafo seguía fracturado.

Atormentadas como placas de rayos equis, peligrosas como el camión conducido por un borracho, repletas de la misma soledad que un invierno postnuclear, las fotos de Ravens no pueden ser admiradas con aplausos educados. Son demasiado silvestres y dolorosas.

Dicen que Yoko —feliz tras un nuevo matrimonio— seguía visitando una vez a la semana el hospital donde residía su exmarido, es decir, el cuerpo vegetal de su exmarido, desde que la borrachera y la caída por las escaleras le llevaron al estado anestésico que quizá había perseguido con la contemplación de los cuervos. «No puedo dejar de hacerlo, Masahisa forma parte de mí», dijo a un entrevistador hace unos años. «Sin su cámara nunca fue capaz de ver», añadió.

[Escrito para Trasdós – 20 minutos]

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