Como el personaje de un inolvidable cuento de Melville, Harald y Mathias Ramen vivieron practicando el «preferiría no hacerlo». Compartieron juntos residencia durante casi toda la vida en la pequeña granja familiar en la que habían nacido, en Tessanden, una remota zona del centro de Noruega, y se negaron tajantemente a asomarse al mundo —el segundo trabajó durante dos meses en Oslo para regresar aquejado de morriña y asustado por la negra vibración de la ciudad y el segundo pasó en un hotel de Lillehammer, a tres horas de casa, una única noche, que siempre recordó como «la peor» de su vida—. A Harald y Mathias les bastaba una «cómoda rutina» para la felicidad.
La crónica de la vida de los Ramen —ya fallecidos: Harald en 2004 tras un ataque de asma a 20º bajo cero y Mathias tres años más tarde en la residencia de ancianos en la que había sido ingresado casi a la fuerza— fue narrada en una tierna colección de fotos por el noruego Elin Høyland, que se lanzó en busca de la historia en cuanto alguien le habló de los protagonistas. Cuando el fotógrafo visitó a los hermanos Harald tenía 75 años y Mathias 80. El reportaje que compuso, The Brothers (Los hermanos) —no podía ser otro el título—, publicado por primera vez en 2011 y agotado casi de inmediato, es reeditado ahora por Dewi Lewis Publishing.
«Los conocí en el supermercado local al que viajaban caminando cada semana. Llevaban a la espalda enormes mochilas llenas de comida«, recuerda en el prólogo de la obra el fotógrafo, a quien los Ramen no pusieron ningún tipo de cortapisa para que retratase sus quehaceres. Se mostraron sorprendidos, eso sí, de que el tema pudiese interesar a alguien porque, como decían, se dedicaban «sobre todo a cortar leña, transportar leña y quemar leña» para calentarse en la granja.
«Fue un privilegio único conocer y trabajar con Harald y Mathias. Respeté sus límites, intenté explorar y jugar con las posibilidades de fotografiarlos y ellos respondieron con honestidad y generosidad. Su forma de vida ha desaparecido casi por completo en la Noruega moderna y deseaba que el libro dejase esa constancia», añade Høyland.
El fotógrafo muestra la simbiosis de «predecible y cómoda rutina» de sus anfitriones: el par de caminatas cada día para avistar aves y comprobar el estado y la población de los veinte refugios de madera que ellos mismos habían construido e instalado en árboles del bosque —ambos eran carpinteros y hacían arreglos gratuitamente en otras granjas de los alrededores—, los momentos meditativos escuchando música por la radio, la vida simple y a la vez completa de dos seres humanos satisfechos.
En un ensayo que sirve de epílogo al libro, el crítico Gerry Badger dice que el estilo de Høyland —uso del blanco y negro, intención de profundizar en los rasgos psicológicos de los personajes, tendencia a la melancolía— es arquetípico de la fructífera escuela escandinava de fotografía y sus grandes maestros, en especial Anders Pertersen y Christer Strömholm. Como ellos, el autor de Los hermanos interpreta el «corte con la vida contemporánea», las «emociones y terrores» que provocan en muchos las ciudades y la preferencia por una existencia «más sencilla, más básica, más suave», alejada del perverso «perro come a perro» de los urbanitas.
La lección verdaderamente importante está, sin embargo, en que lejos de ser un canto al «estoicismo rural» de dos personas que rompen con todo —tuvieron un aparato de televisión durante un mes pero lo devolvieron porque les quitaba «demasiado tiempo»—, los hermanos Ramen no son los típicos personajes fuertes que suelen poblar los relatos de anacoretas reclusivos, sino que se presentan con cierta «ambigüedad» ante la cámara y el fotógrafo tiene el instinto de mostrarla.
«Los hermanos aparecen con el torso desnudo, casi desafiantes, sin duda indicando que son personajes fuertes, decididos y capaces, pero no parecen saberlo (…) Hay silencios o lagunas que deben colmarse en la imaginación del espectador», opina Badger, para quien la grandeza del fotoensayo es una «enigmática cualidad oculta» bajo una «simplicidad engañosa».