«Aparcamiento sólo para Ángeles del Infierno».
Dado el talante de los propietarios del patio («trátanos bien, te trataremos mejor; trátanos mal, te trataremos peor«, es el lema que exhiben su su página web), el rótulo de la valla de entrada debe ser tomado como una advertencia y no como un consejo.
Sede del capítulo de San Francisco de los Hell’s Angels Motorcycle Club, una bonita casa de madera pintada de beige en el distrito de Dogpatch.
Es un día tranquilo y solamente una Harley Davidson moto está aparcada en el garaje del club, vigilado por más de media docena de cámaras de un circuito cerrado de vídeo y engalanado por la death’s head (cabeza de la muerte), insignia oficial diseñada, precisamente, por Frank Sadilek, uno de los primeros presidentes del Frisco Hell’s Angels Club.
Doy una vuelta tranquila y disparo dos o tres fotos. Al acercarme a la puerta, que no tenía intención de sobrepasar —los Hell’s Angels siguen siendo considerados como una organización criminal y su líder carismático, Sonny Berger, dejó la cárcel en 2011 tras ser encontrado culpable de planear la destrucción de la sede un club rival, los Outlaws (Fuera de la Ley), en un intento, según el FBI, de hacerse con la distribución de metanfetamina—, un tipo malencarado asoma y pregunta, taxativo:
— ¿Qué quieres?
— Ver la sede, hacer unas fotos…
Sigue un silencio espeso, muy cinematográfico.
— Está bien, pero limítate al patio.
Al abandonar el lugar vimos un limonero en un parterre. Nos llevamos un par de limones, pequeños pero muy olorosos.
La limonada estaba deliciosa.