Las feroces fotos de Leon Levinstein y Marc Asnin sobre soledad y alienación

07/09/2013
oung Girl Staring - Marc Asin

Young Girl Staring – © Marc Asnin

Son un par de exposiciones independientes pero indudablemente complementarias. Aunque pertenezcan a generaciones diferentes, sus nacimientos estén separados por medio siglo y nunca se hayan conocido en vida, las obras fotográficas de los estadounidenses Leon Levinstein (1910–1988) y Marc Asin (1961) están íntimamente unidas: ambas giran en torno a la soledad y la alienación.

La galería neoyorquina Steven Kasher, una de las que mejores programaciones fotográficas ofrece de la ciudad, ha tenido el acierto de reunir a ambos artistas en dos muestras paralelas que estarán en cartel hasta el 22 de diciembre. La de Levinstein, un fotógrafo de reconocimiento tardío, es una antología de medio centenar de copias. La de Asnin, un documentalista en activo, se limita a la serie Uncle Charlie (Tío Charlie), en la que ha trabajado durante los últimos treinta años.

Del carácter de Levinstein —un hombre de trato complejo, nada amigo de fiestas, que murió soltero y no tuvo relación sentimental estable alguna a lo largo de su vida— dice bastante que no tenga ni siquiera una entrada en la Wikipedia. Es una injusticia para la intensidad y valentía de su obra, basada en el trabajo en las calles de Nueva York durante 35 años.

«Debes estar solo y trabajar solo». Este era el lema con el que se movía con un frenesí cercano a la neurosis por todos los ambientes de Nueva York, la ciudad en la que se estableció en 1946 —había nacido en Virginia Occidental— y en la que murió a los 78 años sin haber dejado de hacer retratos callejeros ni un sólo día.

Aunque perteneció a la misma camada de acechadores urbanos de los celebrados Robert Frank y Diane Arbus, Levinstetein, al contrario que ellos, jamás acudió a las solicitudes de becas y ayudas oficiales. No creía que la fotografía necesitara padrinos. Es más, pensaba, los mecenas alteran y corrompen el mensaje.

Natural, rápida, plagada de incertidumbre, contrastada y reflectante de la desesperanza de su autor. Todas estas características pueden encontrarse en las fotos de Levinstein, disparos callejeros a desconocidos realizados por sorpresa y sin avisar pero a muy corta distancia, sin la trampa del zoom que distancia al retratista de su reflejo en la presa. Caras, carne, poses, movimientos, trapicheos, prostitución, niños, vagabundos, mendicantes, prosélitos…, el fotógrafo que siempre estaba solo no dejaba que nadie escapase. Quizá porque cada foto era una búsqueda de la compañía imposible que anhelaba.

Era tal su compromiso con las fotos que nunca aceptó un trabajo por encargo. Se mantenía como diseñador gráfico a tiempo parcial y se entregó a un ritmo vital de gastos mínimos para poder disfrutar de tiempo en las calles y con la cámara lista. Nunca se mezclaba con la farándula artística porque no quería contaminarse. Publicó en algunas revistas independientes pero lo hizo sin cobrar y sólo expuso en solitario una vez, en una pequeña galería en 1956.

«Llevó la soledad vital hasta el extremo. Nunca se casó, tuvo muy pocos amigos y se alejaba de quienes deseaban ayudarle en su carrera. Esa independencia de espíritu también le otorgaba una forma distinta de ver el mundo: podía perderse en la multitud y ver cosas que otros pasarían por alto. Los rasgos que le alienaban eran los mismos que le permitían ver el mundo de una forma única», dicen los organizadores de la exposición.

Aunque su nombre era conocido por los aficionados, el descubrimiento colectivo de la brillante obra de este gran fotógrafo tuvo que esperar hasta 2010, cuando el MET organizó la exposición Hipsters, Hustlers and Handball Players, donde sus imágenes crudas, desprovistas de sensiblería o complacencia, saltaron a la fama.

El autor había muerto doce años antes siendo un outsider con malas pulgas. «Un buen fotógrafo», declaró en una de los escasos testimonios que se conservan, «probará al espectador cuan poco ven nuestros ojos. La mayoría de las personas sólo ven lo que ven siempre y lo que esperan ver, mientras que un buen fotógrafo lo ve todo».

La exposición de Asnin tiene el mismo carácter de tozudez. Desde hace treinta años, el fotógrafo ha seguido desde una distancia íntima la vida de su tío carnal y padrino de bautismo Charles Henschke. El reportaje, en el que el fotógrafo se ha dejado la piel con un grado de compromiso infrecuente, ha concluido en el foto-libro Uncle Charlie, uno de los ensayos fotográficos más potentes de este año.

Fascinado desde niño con la figura de su tío —un personaje de claroscuros que unía a su carácter expansivo los secretos de llevar encima un arma y mantener tratos con el mundo de la delincuencia—, Asnin decidió indagar fotográficamente en el tema en los años ochenta, cuando Henschke comenzó a sufrir trastornos de comportamiento que le conducirían a la locura. La reconexión con el tío, con el que había dejado de tener tratos desde la niñez, permitió a Asnin explorar también la soledad y las relaciones familiares.

Padre de cinco hijos, Henschke terminó viviendo en la pobreza más extrema, sin asistencia médica y combatiendo con la enfermedad. «Cuando me preguntan de qué va Uncle Charlie«, dice el fotógrafo, «pienso que después de treinta años debería tener una buena respuesta, pero este trabajo va sobre la vida, la vida desnuda e incomprensible, sobre sueños rotos y desengaños, sobre la resistencia para encontrar astillas de felicidad en una existencia opresiva, sobre consecuencias y oportunidades fallidas, sobre desilusiones y pérdida. Es una unión de fuentes: las palabras de él y mis fotos, es mi baile con mi padrino«.

Leon Levinstein

Marc Asnin

[Escrito para Artrend – 20 minutos]

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