Todos afirmaban que sería la gran fotógrafa francesa del futuro y que su obra sería tomada como punto de referencia. No sucedió así y a Laure Albin Guillot (1879-1962) la envolvió el olvido del tiempo. Una exposición en París permite redescubrir ahora la obra, luminosa, lírica y vanguardista, de una de las primeras mujeres del país que se dedicó a la fotografía.
Laure Albin Guillot, l’enjeu classique (Laure Albin Guillot, la cuestión del clasicismo), en cartel en el museo Jeau de Paume hasta el 12 de mayo, tiene el carácter de un acto de justicia para una artista valiente maltratada por la historia y quizá también por el carácter de su propio elitismo. Es la primera vez que se le dedica una retrospectiva de calado —200 fotos, ilustraciones, revistas, libros y otros objetos personales—.
Guillot fue amiga personal de algunos de los artistas más notables de la bullente capital francesa de las décadas de entre los años veinte y los cuarenta del siglo XX, entre ellos el músico Claude Debussy y los escritrores Pierre Löuys, Paul Valèry, Jean Cocteau y André Gide —del primero se encargó de ilustrar en 1937 una polémica y explícita edición del libro sobre amores lésbicos Douze chansons de Bilitis—.
La exposición reúne por primera vez obras dispersas en varios museos y pinacotecas francesas, pero el grueso de las piezas provienen de la colección de la agencia Roger-Viollet, que adquirió en 1964 todo el inventario del estudio de la fotógrafa. Este archivo, compuesto por 52.000 negativos y 20.000 copias impressas, pertenece ahora al Ayuntamiento de París y no fue clasificado hasta hace muy poco. Laure Albin Guillot, l’enjeu classique es la primera muestra con piezas del legado tras el final de la catalogación.
Era tal la maestría de Guillot que se le consideraba la fotógrafa mejor dotada de su tiempo —recibió la medalla de oro de la Revue Francaise de Photographie en 1922 y tres años después el Salon d’Automne le dedicó una exposición individual— y era frecuente escuchar, como apuntan los organizadores de la muestra parisina, que se trataba de una “artista rotunda que debería convertirse en famosa”.
Sin embargo, “su personalidad sigue siendo un enigma” y, a partir de la II Guerra Mundial, decayó el interés que despertaba, y fueron otras fotógrafas que también vivían en Francia —Lee Miller, Gisèle Freund, Germaine Krull, Dora Maar, Ilse Bing…— las que despuntaron y se consolidaron, al tiempo que Guillot parecía desinteresada y prefirió la dedicación a actividades administrativas —fue directora de los archivos fotográficos de Bellas Artes, el futuro Ministerio de Cultura, y la Cinémathèque Nationale—.
En el prólogo del catálogo de Laure Albin Guillot, l’enjeu classique, Catherine Gonnard precisa la importancia de la fotógrafa como símbolo de la emancipación femenina en Francia, donde hasta 1907 las mujeres sólo podían trabajar con permiso de sus padres o maridos y no tenían derecho a administrar el sueldo. Matiza también que Guillot se decidió a dedicarse profesionalmente a la fotografía cuando su marido cayó gravemente enfermo y sólo ella podía mantener a la pareja.
La exposición está estructurada en cuatro apartados: retratos, fotografía decorativa, publicidad —Guillot publicó en 1933 el libro Photographie publicitaire, uno de los primeros tratados teóricos sobre el tema publicado por una mujer— y libros y obras impresas.
La obra de la fotógrafa, lírica y de acentuado formalismo pictorialista, podría situarse en la contracorriente de la modernidad y el avant-garde, pero esa impresión sería incorrecta. Practicante de varios subgéneros —retrato, paisaje, desnudo, naturaleza muerta y, en menor grado, la fotografía documental—, Guillot fue la pionera en explorar el uso decorativo de las fotos mediante sus micrographies, imágenes de objetos infinitamente pequeños que combinaban arte y ciencia y que distribuyó con gran éxito como ilustraciones para revistas y diarios.