Larry Clark: lujuría, anfetaminas y pistolas

02/06/2014
Untitled, 1972 © Larry Clark - Courtesy of the artist and Luhring Augustine New York)

Untitled, 1972 © Larry Clark – Courtesy of the artist and Luhring Augustine New York

«Nací en Tulsa, Oklahoma, en 1943. Cuando tenía 16 años empecé a chutarme anfetaminas. Me chuté con mis amigos cada día durante tres años. Luego me fui de la ciudad, pero he regresado de vez en cuando. Una vez que inyectas la aguja, nunca la puedes extraer». Esta concisa y cruda nota biográfica, escrita sobre un panel tan blanco como las nubes, le suele bastar a Larry Clark para presentarse ante los visitantes de sus exposiciones. No intenten buscar mucha más información en su escueta página web oficial —que utiliza sobre todo para vender camisetas y libros—. Las líneas del panel son definitivas.

Recién cumplidos los 71 años —circunstancia de la que se siente muy afortunado porque nunca pensó llegar tan lejos y la muerte siempre le pareció «bastante mejor que la vida»—, Clark vuelve a Europa con las dos series de fotografía documental que le conviertieron en el primer cronista de una realidad que nadie había difundido: la de los adolescentes lujuriosos, promiscuos, enganchados a las drogas duras punzadas en vena, admiradores de la cultura de las armas de fuego y del skateboard y desatados de toda convención social.

Cuando Clark —hijo de una fotógrafa ambulante de bebés que le enseñó cómo manejar una cámara— editó Tulsa en el lejanísimo 1971, el inframundo que mostró era tan extraño que antes del choque emocional provocaba descreimiento: era habitual escuchar que se trataba de fotos preparadas, de montajes poco menos que teatrales… Nada más incierto: los chicos y chicas en extremo jóvenes y todavía bellos que aparecían en el libro eran amigos del fotógrafo, pertenecían a su pandilla. Lo que ellos hacían lo hacía él también.

«Siempre he sentido que mi obra procedía del gran dolor y de la ira de aquel periodo de mi vida, de la adolescencia. Y de la vergüenza. No de la culpabilidad, sino de la vergüenza, de la ira y del dolor», ha explicado el autor de la despiadada (por real y certera) colección que ahora vuelve a Europa para ser exhibida, del 13 de junio al 12 de septiembre, en el museo de fotografía FOAM de Ámsterdam (Holanda) en la muestra Larry Clark – Tulsa & Teenage Lust (Larry Clark – Tulsa y Lujuria adolescente), que combina el debut del autor con la serie sobre prostitución adolescente masculina que publicó en 1983 gracias a una muy polémica subvención pública que recibió tras su primer libro.

Aunque Tulsa nació como una película —Clark hizo las fotos a posteriori, positivando fotogramas del material del film documental de 16 milímetros que había empezado a rodar—, el autor tuvo que trasladarlo a proyecto fotográfico porque no era capaz, colocado como estaba por las anfetaminas que consumía (pronto sustituidas por heroína), de trabajar con una cámara de cine. Las fotos retratan desde dentro y con un realismo sin filtros a grupos de adolescentes menores de, como mucho, veinte años que se muestran en escenas de sexo casual, chutes, desenfreno y desorden.

En el momento de la publicación del libro la conmoción fue mayúscula no sólo por la crudeza explícita de las imágenes —ningún órgano sexual es hurtado mediante una modificación del encuadre, ningún rostro es velado por las sombras o cualquier otro artificio…—, sino porque los chicos de Tulsa eran estadounidenses wasp (siglas en inglés para blancos, anglosajones y protestantes), bien alimentados y de procedencia suburbuna, es decir, de las urbanizaciones de clase media o media-alta que puntean las pequeñas ciudades del país.

El libro se convirtió en un clásico instantáneo y desató una revolución en la fotografía documental e incluso en el cine —Martin Scorsese y Gus Van Sant han confesado que Tulsa les llegó al alma—. El denso blanco y negro de las imágenes y la naturalidad narrativa del envés del sueño teenager estadounidense fue «como un disparo» contra los cánones no sólo por la violencia, el sexo o las drogas, dicen los organizadores de la muestra holandesa, sino porque se convirtió en el «preludio» del desarrolló de una nueva forma de mirada, «subjetiva, alienada y completamente libre», que «no se basaba en la observación objetiva de un extraño, sino que provenía de la experiencia directa del fotógrafo y de las personas involucradas».

Teenage Lust fue menos impactante. Adicto a la heroína y encarcelado durante varios años, Clark tuvo que esperar hasta 1983 para publicar su segundo libro, en el que aparcó el interés por la cultura de la droga y se quedó con la obsesión sexual. En el fotoensayo se mezclan autorretatos y fotos de la niñez y la juventud de Clark y sus colegas de Tulsa con imágenes de prostitutos jóvenes que ejercían en la zona de Times Square de Nueva York.

Más tarde Clark terminó haciendo realidad el sueño hacer cine. Ha dirigido una docena de películas, entre ellas Kids (1995) y Ken Park (2002), escabrosas, mórbidas, polémicas y, en el caso de la segunda, nunca estrenada en los EE UU porque contiene una escena de autoasfixia erótica y eyaculación de uno de los personajes, que aparenta ser menor de edad, aunque en realidad el actor tenía más de 18 años.

[Escrito para Artrend – 20 minutos]

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