John Max, el fotógrafo que lo dejó todo por una bolsa de arroz integral

24/07/2013
© John Max, 1972

© John Max, 1972

Retratos subjetivos mediante los cuales, gracias a la intermediación epifánica de la fotografía, el fotógrafo quiere asomarse a sí mismo. Por tanto, retratos-grito. El título de la serie era hijo de la poesía y la desesperación: Open Passport (Pasaporte abierto).

¿Era posible predecir ante las fotos, realizadas entre 1965 y 1972, que su autor, John Max, era un Bartebly de la fotografía y llevaría el «preferiría no hacerlo» a su consecuencia final: la parálisis por hastío?

A comienzos de los años setenta era el gran prodigio de la fotografía canadiense. Robert Frank, con cuya obra situada al límite de lo soportable —porque es una persecución de la imposible divinidad— las fotos de Max mantienen lazos de hermandad, diría con el tiempo: «Era una voz muda en el amplísimo paiasaje vacío de Canadá. Su trabajo procedía de una persona apasionada y pura, las mejores cualidades de un fotógrafo».

Leonard Cohen por John Max

Leonard Cohen por John Max

Nacido en 1936 en Montreal, en una familia de padres brutos, deshonestos consigo mismos y muy pobres, Max hacía retratos con poder de barbitúricos, teñidos por el hollín de la pesadilla como única forma de lucidez —hay un buen ejemplo con otro canadiense de alma quebradiza ante la cámara, Leonard Cohen—. Hubo un tiempo que ahora parece fruto de algún tipo de ucronía en que esa cualidad tóxica era considerada meritoria y valiente.

Algo sucedió a partir de entonces. Algunos dicen que Max se trastornó; otros, que digirió con excesiva textualiadad los dictados de un fanático retiro zen en Japón; una tercera opinión sostiene que la cámara, las fotos y el cuarto oscuro se convirtieron en accesorios, recuerdos de un satori del pasado

Al regreso de Oriente, Max era un vagabundo que visitaba a los amigos cargando bolsas con arroz integral y los rollos de las fotos que había tomado en Japón. Como el buen bartebly que empezaba a ser, no los había revelado.

— Quiero revelarlos y volver a exponer, pero antes tengo que sacudirme de encima mucha mierda y atar muchos cabos sueltos. Tengo que organizar mi vida para poder revelar mis fotos —dijo a un amigo en 1983.

John Max en 1986 (Foto: © Richard T.S. Wilson)

John Max en 1986 (Foto: © Richard T.S. Wilson)

Un retrato de perfil que le hicieron en 1986 muestra a Max lejano como un asteroide. En el documental John Max, a Portrait (Michael Lamote, 2010), se le ve deambulando entre pilas de libros, basura y teteras oxidadas en un apartamento de Montreal. En algún momento del film se adivinan los 2.500 carretes de fotos todavía sin revelar.

Cuando murió, en 2011, a los 75 años, se publicaron sentidos obituarios en la prensa canadiense y alguna que otra entrada en blogs de fotografía. La expresión «fuego interior» era común en los textos mortuorios. Dado el desinterés por el mundo del fallecido, sonaba a mera combinación de palabras.

Los 2.500 rollos de película sin revelar quizá contengan alguna respuesta. Prefiero imaginar que esas miles de fotos tomadas pero nunca sometidas a la epifanía de luz de la ampliadora son, como acaso sospechaba Max, miles de potenciales gritos insoportables. Mejor no hacerlo.

[Escrito para Trasdós – 20 minutos]

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