Hola JJ,
La mecedora desde la que tocabas ha dejado de moverse, los gatos ariscos con los que compartías el whisky con leche tienen sed, el aceite industrial de Tulsa se ha cuajado…
Mis ejemplares de tus álbumes —los grandes de entre 1972 y 1974, Naturally, Really y Okie, que compré cuando aún soñaba con un cielo de whisky con leche— sonaban mejor con los años, sobre todo porque tenían más mellas. Eras de esos a quienes puede aplicarse la sagrada norma de que la lluvia estática y los saltos se hacen parte de la canción.
Dicen que antes de morir dejaste escrito un sólo deseo: pides donaciones para refugios de animales. No lo cumpliré, no me alcanza el dinero y no me importa lo suficiente el animalismo trendy. Tampoco puedo ejercer el íntimo homenaje de escuchar tus discos ajados: están a un océano de distancia.
Si me lo permites, ejerceré tu sagrada vagancia y acaso beba, ahora que la edad y el desencanto me lo permiten, un vaso de leche con tres golpes de licor.
Adiós, amigo descalzo.