Jindrich Streit, fotos en las que siempre hace frío

13/07/2013
Jindrich Streit

Jindrich Streit

Una pantalla, muchos hijos, nicotina, dos trapos en la pared, parches demasiado leves contra las grietas en el yeso.

La geografía no es necesaria para entender lo que sucede en la foto. Tampoco las fronteras exteriores de la foto importan. Con algunas fotos sucede: como los ojos de los perros, tienen un tapetum lucidum, son reflectantes, se han quedado sin márgenes y se disuelven con el background.

¿Qué sabemos? Lo suficiente para entender: la casa está acordonada por el barro y el frío, el pan está negro, los niños imitarán al padre.

La foto la hizo un profesor destinado en la zona. Quizá así se explique que los niños se desentiendan y miren a la pantalla. Al profesor ya lo ven demasiado.

Jindrich Streit

Jindrich Streit

Más críos en la segunda imagen. Uno de ellos, quizá una niña, quiere beber la cerveza brava que bebe la madre.

El hombre tiene mucho frío. La chaquetilla es una mala broma contra el gris del cielo.

Los árboles también sufren.

Nicotina, niebla, tierra yerma… Nadie mira al maestro de escuela.

A veces todas las fotos son la misma foto.

El profesor-fotógrafo se llama Jindrich Streit. Nació en 1946 en la región de Moravia-Silesia, que entonces pertenecía a la Checoslovaquia comunista y ahora a la República Checa. Es una de esas tierras con márgenes disueltos, como mapas rotos. Muchos la han pisado pero pocos se han quedado. Demasiado barro.

En las fotos de Štreit siempre hace frío. Un frío medular, literario, insufrible. El frío que sólo sienten los desgraciados.

Al profesor-fotógrafo le han castigado por ser quien es, un amigo de los desgraciados. En 1982 le detuvo la policía secreta. Le incautaron la cámara y todos los negativos. Le condenaron a diez meses de cárcel por difamar al país.

Llegaron a esa conclusión tras interpretar las fotos. En una encontraron a varios hombres durmiendo durante un acto del Partido Comunista. En otra, un mapa desmembrado. En una tercera, un perro triste.

Tras la sesión de análisis fotográfico, los comisarios políticos firmaron la sentencia y bajaron a tomar unas copas de aguardiente. Tenían mucho frío.

A Štreit le cambió la vida el destino de su primer trabajo como profesor de Arte. Le enviaron, en 1971, a las regiones de Olamouc y Bruntál. Se estableció en la aldea de Sovinec. Es difícil encontrarla en los mapas.

Los estrategas que manejan la cartografía convinieron que Sovinec fuese alemán. Tras la II Guerra Mundial y el despiece del lomo europeo entre los triperos, lo resituaron dentro de los límites de Checoslovaquia, es decir, bajo la bota de piel de oso soviético.

Los campesinos alemanes se largaron y otros campesinos ocuparon su lugar. Unos y otros tenían el pasaporte de la nación sin patria de los desgraciados.

Los nuevos repobladores llegaron empujados por las tácticas del estado. Procedían de aquí y de allá y nada tenían en Sovinec además de un incierto futuro.

¿Qué puedes sentir por la tierra si no no conoces el nombre de los arroyos, no recuerdas quién descansó en esa piedra, no tienes difuntos en el cementerio…?.

Caminas casi tumbado, te encorvas. Tienes frío.

Štreit daba clases en la escuela. Tenía tiempo libre y, a veces, hacía fotos. Mariconadas compositivas, escenas pastorales que envíaba a concursos patrocinados por hermandades sindicales, agrupaciones vecinales, cofradías culturales y otras formas bastardas de la metaestructura del poder.

Todos merecemos el accidente de la revelación. Para Štreit llegó en 1978, en una conferencia del fotógrafo Ján Šmok. En una reunión con otros aficionados posterior a la charla, les dijo que el ojo debe residir en el mismo mundo en que reside el fotógrafo, que cualquier universo contiene a todo el universo, que desgraciados somos todos. Štreit no envió fotos a concursos nunca más.

Desde entonces, con una pureza metódica, el profesor terminaba la jornada escolar y recorría la comarca en su viejo Lada para hacer fotos de barro y frío.

Fascinado, como inaugurando ojos nuevos, documentó durante 13 años la vida en la zona: los animales, la tristeza del tabaco negro, la borrachera diaria para que pueda llegar otro día de borrachera, la franca brutalidad, la alegría inesperada de un buen chiste, las casas como aguafuertes de un pintor tenebrista…

Trabajó en soledad y sin referentes. Sabía, claro, de su gran paisano, el también moravio Josef Koudelka,  pero Štreit no frecuentaba a sus contemporáneos, no pertenecía a gremios o clubes. Era un profesor de primaria vecino de Sovinec con una cámara en la mano.

Tras la caída de los totalitarismos comunistas su obra empezó a trascender. En 1989 expuso en Newcastle (Reino Unido) y dejó al mundo con la boca abierta. ¿De dónde sale esto?, se preguntaba la crítica.

Con la libertad de moverse y el reconocimiento, llegaron los trabajos por encargo, las comisiones.

Štreit hizo reportajes sobre mineros y trabajadores agrícolas de otras latitudes. En una de sus series más conocidas, Cesta ke svobod? (El camino hacia la libertad, 1996-1999), retrató las toxicomanías en el medio rural.

El profesor-fotógrafo confirmó la pasmosa obviedad que había escuchado de labios de Ján Šmok: el mundo entero es una infinita repetición de la misma aldea. Savinec está en todas partes.

Jindiich Streit

Jindiich Streit

Quiero terminar con una de las fotos que elegiría si me obligasen a escoger, digamos, diez de entre todas las que conozco. Una foto que condensa la fuerza primaria de Štreit, su capacidad para retratar cada ladrillo de la cárcel que edificamos con nuestras manos.

La foto podría titularse, es mi capricho, En el Barranco del Trasmundo.

La inexplicable sombra del perro es el Señor Muerte, siempre tras la ventana, salivando el hocico.

La mano del yonqui es la última orquesta.

Una orquesta de desgraciados para que todos bailemos el vals del barro y el frío.

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