Aunque el señor Jagger fuese tan poco cinemático como un cerdo fozando en el chaparral, allí estarían los fotógrafos, imantados, no tanto por el personaje sino por el poder que emana del personaje.
Hacerle una foto a Jagger es un pelotazo sin margen de riesgo.
Un libro-capricho recién editado en España, Mick Jagger. El libro de fotos (Editorial La Fábrica, 30 del ala), recopila la veneración recíproca entre la mega estrella y los profesionales del retrato de celebrities.
Son 36 y están todos los que podríamos sospechar: desde el magno Cecil Beaton hasta la fría meretriz Andy Warhol (que retrataba todo lo que tenía delante con la misma gracia con que afrontaba la vida: ninguna). No falta, desde luego, Annie Quise ser una Reina pero Invertí Mal Leibovitz.
El libro interesará a los fanáticos de los Rolling Stones, especie integrista de reconocido fanatismo y acaso a los analistas de la etnografía del siglo XX. Es una iniciativa de François Hebel, director de los Rencontres d’Arles e impulsor del proyecto. Las verbenas, ya saben.
La editorial sostiene, en uno de esos mensajes que lo dicen todo con pretendida ampulosidad y revelan aún más desde el metalenguaje, que «la figura de Mick Jagger es ya universal» y su rostro «radicalmente característico, lo ha convertido en el prototipo de estrella del rock».
Hay otros términos presumibles en el material de mercadotécnia del libro: «carisma», «fundamental», «admiración», «pasión», «primera línea», «estética», «dinamismo»…
Desde el desdén más intenso hacia el tipejo soy capaz de entender el requisito ceremonial de la alta burguesía de usar cierto tipo de publicaciones como atrezzo sobre las mesas de café. Hablar de lo bien que lleva la edad Sir Michael Philip Jagger es una buena opción para romper incómodos silencios o demostrar que, pese a ser un negrero desde el consejo de administración, sigues teniendo alma de juvenil y rebelde rockandroller.
Es revelador y nada casual que entre la amplísima nómina de retratistas al servicio de Jagger (Albert Watson, Anton Corbijn, Herb Ritss, Karl Lagerfeld, Mark Seliger, Norman Seef, Peter Lindbergh…) no aparezca el mejor fotógrafo del siglo XX, Robert Frank, amiguete de drogas, sexo depravado y caprichos turbios de los Rolling Stones a principios de los años setenta.
A las fotos crudas que Frank hizo a los Stones durante la gestación de su disco más sobresaliente (Exile on Main Street, 1972) no les sienta bien el adjetivo fundamentales. Son sucias, incorrectas y malvadas. Muestran a las estrellas con el filtro de la innegable belleza que portaban mitigado por el de la grosería y las bacanales.
Frank completó el trabajo con la grabación de un documental (nunca editado más que en forma pirata) donde Jagger y sus compadres se entregan al pantagruélico y asqueroso juego de la dominación de la mujer.
El documental, Cocksucker Blues, puede verse en estos enlaces a la hora de escribir esta entrada, aunque es probable que los retiren más pronto que tarde los siempre atentos abogados de los Rolling Stones: 1 | 2 | 3 | 4 |5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10.
Ante la cámara-corazón de Robert Frank, Jagger no es el «joven lord» que nos anuncia el libro de marras, sino un sucio diletante jugando al Marqués de Sade con la poca clase de un pijín inglés con mucho dinero y escasa alma.