La certidumbre de la grandeza de una foto se refrenda cuando ante ella experimentamos una
sensación no siempre verbalizable de historia, de memoria comprimida. Aquí hay algunos ejemplos. La niña tapizada por una gasa es la hija de una vecina, justo antes de su mudanza a una ciudad lejana. Las dos muchachas de la izquierda, las hermanas Alice y Alice Carole, son amigas de las hijas de la fotógrafa: «Crecieron al estilo hippie, en un autobús adosado a una caravana. Me contaron que siempre sueñan con agua de grifo». La joven que desciende por las escaleras es un intento de retratar a «un ángel». La familia en la playa, las huellas de los pies descalzos, la bruma salitre… son una sinopsis del único valor que importa, la felicidad reposada. Isa Marcelli, la fotógrafa, es consciente del potencial de síntesis de las imágenes: «La fotografía me invita a ahondar, a ir más allá…».
NACIÓ en Constantina, en el noreste de Argelia, en 1958. Cuando tenía cuatro años, tras la guerra de independencia del país norteafricano, toda su familia volvió a Francia. ISA MARCELLI ha conseguido saldar una deuda personal pendiente. Como sus padres no le dejaban dedicarse a los estudios artísticos, ella decidió que aprendería por su cuenta. EN LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS ha compuesto y cantado canciones y practicado con las artes visuales y el interiorismo. TRABAJA para arquitectos y particulares como diseñadora de azulejos, cerámica y mobiliario. CON LAS FOTOS empezó en serio hace unos tres años. Su espíritu artesano la ha conducido de forma natural del soporte digital al analógico, que ahora
emplea casi en exclusiva. «Me gusta que mis manos entren en acción y estoy perdidamente enamorada del grano». SU FOTÓGRAFO DE CABECERA es Richard Avedon: «Todos los suyos son retratos del alma. Sin detalles añadidos, nos muestra la humanidad de la persona retratada. Un maestro».
¿Qué momento prefieres en el proceso fotográfico?
Cuando hago una buena foto noto que la adrelina sube. Me siento fuerte y no existe nada más.
Hay siempre un fondo etéreo, una sutil cortina de fondo…
Si lo hay, no lo busco. En realidad no tengo idea de lo que busco. Quizá imágenes fuera del tiempo que van tras una felicidad perdida.
No parecen fotos felices, tienen un halo triste.
Creo que la felicidad no es demasiado fotogénica. Siempre pido a mis modelos que posen sin emociones. A lo mejor por eso parecen tristes. Si es así, toda la culpa es mía. La gente aplica a mis fotos los adjetivos emotivas y soñadoras.
¿Estás de acuerdo?
No los tengo demasiado presentes. Hay muchas maneras de ver el mundo. Como fotógrafa me apasiona la rapidez. Mi trabajo como diseñadora de azulejos es lo contrario, puedo tardar meses en terminar una pieza. Otra característica que me gusta de las fotos es que combinan la estética con la reflexión profunda o que, al contrario, pueden ser testimonios de un momento dado.
La pregunta obligada y genérica: ¿qué es para ti la fotografía?
Te permite ver lo que el ojo no puede ver. Es otra verdad.
¿Tus temas favoritos?
Los seres humanos, sin duda, las personas, en especial las mujeres jóvenes. Tiene que ver con mi propia experiencia: tengo la sensación de que no tuve una adolescencia normal. Fueron tiempos duros para mí. Quizá con las fotos intento recuperar un ideal de adolescencia.
¿Con qué equipo trabajas?
Material simple: una Holga, una vieja Kiev y una recién llegada, una Kodak 620 de fuelle.
¿El libro más importante que has leído?
El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Las preguntas que se hace son las que me sigo haciendo yo.
¿La película de tu vida?
Muerte en Venecia, de Lucchino Visconti. Una hermosa historia sobre la pureza y la decadencia.
¿Y la música?
Si tuviese que elegir a un solo grupo sería The Velvet Underground. Me dieron alas cuando tenía 16 años. Sensuales y provocativos. Todavía les escucho.
Háblame del lugar en el que vives.
Llevamos aquí 15 años. Nos fuimos de París cuando nació la segunda de mis hijas. Es un lugar muy especial. Sellama La Dynamiterie. Es un pequeño poblado edificado en 1925 para los empleados de una fábrica de explosivos. Está alejado de las carreteras, escondido en los bosques, por motivos de seguridad. Tenían su propio colegio, una granja lechera, un pequeño colmado, un teatro para las fiestas… todo lo necesario para vivir fuera del mundo. La fábrica cerró en 1986 y pusieron las casas en alquiler. El lugar siempre atrajo a personas, digamos, poco convencionales…
[Esta pieza fue publicada en septiembre de 2010 por la revista Calle 20. Consulta la versión completa en PDF]
[Sobre las fotos de Isa Marcelli escribí también una reseña en la web El Fotográfico]
Isa Marcelli, aquí dentro
Si aceptamos como cierto que el fotógrafo se retrata a sí mismo en cada foto en un desdoblamiento en ocasiones inconsciente pero siempre revelador, puedo imaginar a Isa Marcelli enfrentada a lo que Herman Melville llamaba la continua “conmoción del reconocimiento”.
Esta fotógrafa de amplia paleta se busca (y encuentra) en la letanía del silencio, la divina inconsciencia de los niños, el rostro de los otros o, como sucede en la blancura de luz duplicada de la melancolía y la intimidad.
Ilimitada y serena, abriendo puertas, incansable ante el tiempo, herida de realidad, sus fotos no son frutos de la vista sino de la visión. Vive retratándose, sin esclusas, viéndonos como se ve. No es la suya una terra incógnita, sino poblada de auroras, eternos comienzos, movimientos solares de cuerpos y otros peregrinajes.
Desde hace un tiempo, ha optado por la fotografía analógica. Hace aún menos, por la más limpia y añeja de sus formas, la estenopeica: el ojo de lata, madera, remolque, hangar…
Cuando se dejó llevar por el hábito de experimentar con la cámara-agujero de infinita profundidad sintió que llegaba a un terreno “nuevo y familiar al mismo tiempo”, que las fotografías estenopeicas habitan en una cercanía que las asemeja a las difusas imágenes “que guardamos en nuestros recuerdos o en nuestras almas”.
Unos días atrás, en Málaga la azul, entré en una librería de viejo para recogerme de un aguacero. Cerré el paraguas, avancé dos pasos por una persistente travesía de tomos inútiles y, al bajar la mirada por primera vez hacia los tumultos de libros colocados sobre el suelo, encontré, porque siempre te esperan los demonios que mereces, una novela casi descatalogada que buscaba en vano desde hace años, La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos, de Peter Handke, de quien dije no hace demasiado que escribe “reportajes que son consciencia” y poemas “de la momentaneidad que se transforma en verbo y se inmortaliza”.
[…] Conozco a Isa Marcelli desde hace unos cuantos años. Creo que puedo otorgarme la vanidad de ser el primer periodista que escribió sobre sus fotos, en septiembre de 2010, en una entrevista con un titular que ahora tiene un sentido que no me gusta porque tiene algo de pecaminoso: “La felicidad no es fotogénica“. […]
[…] Conozco a Isa Marcelli desde hace unos cuantos años. Creo que puedo otorgarme la vanidad de ser el primer periodista que escribió sobre sus fotos, en septiembre de 2010, en una entrevista con un titular que ahora alcanza un sentido que no me gusta porque tiene algo de pecaminoso: “La felicidad no es fotogénica“. […]
Placentero e inquietante post. Gracias