Hola Germán,
Te has muerto en la frontera de la Nochebuena. No encuentro palabras para proclamarte. Tampoco encuentro en este marasmo de cables las fotos de nuestra complicidad pasada: cuando eras huesped en casa y yo, tu organizador de conciertos en A Coruña, te trataba como nunca debe tratar un manejador a sus estrellas, con cariño que era correspondido.
Nunca consideré casualidad que, mucho tiempo después, mucho más viejos, nos encontráramos viviendo a pocos portales de distancia, en la misma calle de Madrid.
Recupero un texto sobre la última vez que te vi cantar. No mucho más puedo hacer.
Vuela, ángel.
* * *
debe ser importante cargar en la mano el fulgor de una pandereta, calcular que golpe merece el aire y, con la precisa lámina de los címbalos, sembrar de azabache y miedo unos minutos del tiempo vulgar e inmediato
hizo Bob Dylan del panderetero un símbolo de no sé qué: algunos dicen que hablaba del ensueño del cannabis (“smoke rings of my mind”), otros de la búsqueda de la improbable perfección poética (“cast your dancing spell”), algunos más de los tumbos en pos del pacto con los demonios (“my senses have been stripped, my hands can’t feel to grip”)
el viernes la pandereta estaba en manos de Germán Coppini, un músico extraño al que conozco desde 1982, cuando cantaba en Siniestro Total asustando a los escrupulosos
fuimos bastante amigos: estrené en la radio la maqueta de Golpes Bajos –con algunas de las mejores letras nunca escritas en el literariamente paupérrimo rock español–, disfrutamos juntos con la negra pasión de The Birthday Party (borrachos, cantando “Zoo music girl” en una cocina triste de Santiago), le entrevisté para algún documental demasiado complaciente
luego le perdí la pista: Germán se estableció en Madrid, grabó malos discos, intentó ser Pino Donaggio
yo intenté recordar lo olvidado (aún lo sigo intentando)
un reguero de muertos pobló los años siguientes: el mundo confundió a Kurt Cobain con un poeta, el adjetivo ‘auténtico’ comenzó a ser sinónimo de indecencia, Sudán siguió siendo un país de muertos invisibles
ahora hay dos opciones, ambas vulgares de tan repetidas: decir que los ochenta fueron miserables o sostener, al contrario, que fueron el último resplandor de una estrella
¿cuántos de los asistentes a un concierto de Coldplay o Franz Ferdinand, hijos de Cobain, saben con qué países limita Sudán?
¿cuántos de los asistentes a un concierto de Wilco o Elvis Costello, hijos de los ochenta, lo saben?
en el concierto del viernes, Coppini dijo, con una sonrisa de malicia:
— somos de los ochenta, el buen gusto se nos presupone
su nuevo grupo se llama Anónimos —todos los músicos son supervivientes de nuestra Atapuerca—: hacen rock, cantan letras de Boris Vian, les queda bastante rodaje para sonar bien
Germán sigue tocando la pandereta
creo que eso está bien: ayuda a recordar
[…] milenial— queda muy poco que pueda considerar mío. Algunos amigos, entre ellos los tocayos Germán Coppini y Germán Suárez Pazos, que vivían en nuestra calle, unos portales más abajo, murieron antes de […]
[…] milenial— queda muy poco que pueda considerar mío. Algunos amigos, entre ellos los tocayos Germán Coppini y Germán Suárez Pazos, que vivían en nuestra calle, unos portales más abajo, murieron antes de […]