Hace unos años el escritor, historiador y crítico de arte David Campany (Londres, 1967), un obsesivo y renombrado coleccionista y curator de fotografías, se dió de bruces con la foto que encabeza esta noticia: una mujer de la que solo apreciamos el pelo recostada contra el volante y con los brazos cruzados sobre la cabeza. La imagen, tomada en Baltimore (EE UU) en 1979, tenía una nota en el reverso: «Pat Sullivan, frustrada».
La imagen, con las marcas de recorte realizadas por el editor gráfico de un diario, había sido retocada —en la la melena es muy apreciable el añadido pintado de mechones de pelo—. A Campany le llamó la atención la incongruencia: una mujer derrotada a la espera de que llenen el tanque de su coche durante una de las crisis del petróleo, pero embellecida por el periódico. «Era como si el periódico quisiera mostrar lo mejor de ella pese al mal momento que atravesaba», dice.
La foto aparece en la cubierta de Gasoline (Gasolina), un libro que agrupa una colección de fotos de estaciones de servicio vistas como alegorías históricas, sociales, económicas y arquitectónicas de nuestro tiempo. El volumen, que acaba de ser publicado por la editorial británica MACK (también en versión electrónica), puede ser empleado como una moraleja sobre la dependencia de los derivados del petroleo y el sobreuso del automóvil, pero también como un homenaje al lugar central de las gasolineras en la cultura contemporánea.
Campany relata en una entrevista incluida en el libro cómo fue coleccionando las imágenes a partir de las copias en papel brillante de 20 por 25 centímetros que usaban como estándar los diarios estadounidenses para sus archivos, de las que se han ido desprendiendo en los últimos años tras digitalizarlas. Ha decidido mantener las marcas realizadas a lápiz de los editores y, para contextualizar las imágenes, reproducir también los reversos de cada foto, donde aparecen la fecha, el pie de foto y, en algunos casos, el nombre del reportero gráfico.
La colección, formada por 74 piezas, tiene una notable coherencia y permite proyectar un retrato global del plazo temporal que abarcan, entre 1944 y 1985. Prácticamente todas son de los EE UU, el país donde el automóvil es un eje vital, y la mayor parte corresponde a los años setenta. «Fue una década muy notable para la gasolina: recortes en el consumo, alza de precios, inestabilidad geopolítica, congestión del tráfico, enfrentamientos entre ciudades, aumento de la conciencia sobre la contaminación… Los sueños del tanque siempre lleno y las carreteras vacías se habían acabado», dice el autor.
Aunque las estaciones de servicios suelen ser consideradas como lugares banales en el ideario contemporáneo, Campany sostiene que son una «buena referencia» para saber «qué sucede en la sociedad». Las imágenes de Gasoline son de amplio temario: hay desde fotos basadas en la gasolinera como hito llamativo y anzuelo para el automovilista, hasta escenas de accidentes y sucesos o fotos publicitarias de modelos en bikini rellenando un bidón.
Para explicar sus intenciones al reunir esta colección temática, Campany hace suya una frase del cineasta Jean-Luc Godard: «En un mundo en que nos entretienen desde la cuna hasta la tumba nos guste o no, la habilidad para reutilizar las imágenes y los diálogos puede ser la clave para una buena salud física y política». Reconoce que le hubiera gustado escribir la cita, porque «tenemos que entendernos con las imágenes de la misma manera que ellas se entendieron con nosotros». Las fotos, añade, son como citas porque funcionan «como substitutos fuera de contexto del mundo» y «expresiones de un patrimonio compartido».