Hola cuentacuentos,
Leí anoche en una novela a la que tratarías mal —nunca te gustaron las críticas: tenías demasiados cojones para aceptarlas o ejercerlas— que el tiempo «confiere poesía a los campos de batalla».
Lo he comprobado a lo largo de las horas transcurridas entre tu muerte y el momento en el que escribo desde una ciudad sucia como las playas del Caribe tras los aguaceros.
Un cuarto ajetreado en Berlín es todo lo que tengo para ofrecerte como tarjeta postal, ese inevitable síntoma de soledad y campo de batalla.
Pensé cuánto te debo, cómo te amé, de qué manera me transformaste, qué rencor te apliqué por tus amistades peligrosas —Castro, González, Torrijos…, esa ralea de señoritos que podrían dedicarse a la pedofilia con escolares pálidas en cualquiera de tus novelas—, cómo me llevaste hacia Faulkner cuando yo era un chavito de 14 años, hacia Lowry cuando tuve 16 y, cuando crecí un poco más, hacia el Bolívar putero, paranoide y sifilítico del que nunca me hablaron en las aulas caraqueñas…
Te mencioné en el discurso de graduación de 1973; peleé con mi padre porque quise, inspirado por tu aliento, alistarme para una zafra castrista; voté por primera vez (era un chavo de 18, perdón) por el partido que tú apoyabas —y peleé de nuevo con mi padre, que me acusó de secundar a «guerrilleros comunistas» sin sospechar, como tampoco yo sospechaba, aunque tú, soñador, quizá sí, que el partido, el Movimiento al Socialismo, se aglutinaría unas décadas después con el chavismo bolivariano, putero, paranoide y sifilítico—; leí cada página de tu literatura, incluso de la mala, la que engendró el realismo mágico —ninfas y elfos alimentados con arroz, frijoles y guayaba—; suspiré por llegar algún día a escribir crónicas como las que firmaste en El Espectador, mintiendo con tanto ardor que nadie se atrevería a llevarte la contraria…
De esta mano de póquer salgo trasquilado. Tú ganas, García Márquez. Estás en mí pese a que renegué de ti con cada campanada de la historia.
Beberé esta noche en Berlín y habrá un vaso esperando para que vengas a llenarlo de cuento. Tengo 59 años. Sigo siendo un chavo al que puedes camelar.
[…] John Cheever. No hay en este kit de urgente salvamento literario ninguna obra de García Márquez, al que adoré por otras razones: sabía contar cuentos mejor que nadie, con música de orquestina y colores de almanaque, pero, a […]
[…] John Cheever. No hay en este kit de urgente salvamento literario ninguna obra de García Márquez, al que adoré por otras razones: sabía contar cuentos mejor que nadie, con música de orquestina y colores de almanaque, pero, a […]