Escenario de la foto de cubierta —y también de la gestación previa de las canciones— del disco The Freewheelin’ (Bob Dylan, 1963), piedra inaugural del género que fue llamado folk de protesta; refugio, unos años antes, de los escritores de la generación beat y sus idolatrados músicos de jazz bebop; hogar de nacimiento de los movimientos políticos más radicales de los EE UU durante el siglo XX —los Weathermen, el único grupo posthippie que ejerció la guerrilla urbana armada—; escenario de películas de Woody Allen, novelas de Norman Mailer, ensayos de Susan Sontag y, ahora mismo, lugar de desarrollo de la trama de A propósito de Llewyn Davis, la última cinta de los hermanos Coen, sobre un tipo que busca hueco en el ambiente folk de los años sesenta…
Hablamos, ya lo habrán adivinado, del Greenwich Village (el Village a secas es más común), el barrio donde nació, maduró y murió la bohemia urbana neoyorquina, el hogar de los diferentes y los soñadores y, actualmente, el destino de todo turista que llegue a Manhattan en busca de ecos del pasado. Que se encuentre como restos del naufragio con restaurantes de comida étnica de calidad dudosa, tiendas que comercian con las plusvalías de la nostalgia y ni un sólo resto de la rebeldía que habitó la zona no tiene nada que ver con el barrio sino con la inclemencia de la historia y la inocencia del visitante.
Zona de unas cuantas docenas de manzanas, limitada al oeste por el río Hudson, la calle 14ª al norte y la avenida Broadway al este, el Village es a Nueva York lo que el Soho a Londres, Haight-Ashbury a San Francisco y Montmartre a París: un barrio aislado de los colindantes —fue una ciudadela (village) aparte creada en 1712 donde los neoyorquinos se refugiaron por su clima saludable durante una epidemia de fiebre amarilla en 1822— pero no por fronteras o accidentes geográficos, sino por razones espirituales. Desde el siglo XIX, el barrio y sus habitantes acogieron, con tolerancia y amistad, a quienes tenían algo nuevo que contar o proponer.
Declarado bien urbano de interés histórico —la zona de protección fue ampliada en diciembre varias manzanas hacia el sur— y hoy habitado mayoritariamente por familias de clase media alta, las únicas que pueden hacer frente a los altísimos precios de las viviendas, del ambiente bullicioso, cultural y alternativo del pasado del Village no queda más que la memoria. Para refrescarla llega la exposición Save the Village (Salvemos al Village), una selección amplia de fotografías del mejor cronista visual de la zona, Fred W. McDarrah (1926 – 2007). Estará en cartel en la galería Steven Kasher de Nueva York entre el 30 de enero y el 8 de marzo.
Infatigable y comprometido con el barrio, en el que también residió como vecino y murió a los 81 años, McDarrah había nacido en Brooklyn y comprado su primera cámara de fotos en la Feria Mundial de Nueva York de 1939, cuyo positivo lema, Futurama, se convirtió en una broma cruel con el estallido de la II Guerra Mundial. El ilusionado fotógrafo sirvió como paracaidista destinado al teatro de operaciones del Pacífico, participó en la ocupación de Japón y regresó a casa convencido de que la humanidad se había vuelto loca.
Tras licenciarse en Periodismo, en 1955 un amigo le dijo que estaban montando un semanario solamente dedicado al Village y le inivitó a pasar por la redacción porque buscaban plantilla. Tras una primera visita al apartamento de dos habitaciones donde habían establecido la sede, McDarrah salió con el cargo de fotógrafo único y editor gráfico del semanario The Village Voice. Aunque el tabloide es hoy un medio de comunicación estándar —con una circulación semanal de 200.000 ejemplares—, desde la fundación hasta los años setenta fue el órgano de referencia de la contracultura en Nueva York y era tirando a libertario. Si querías saber lo que los demás nunca contarían, tenías que leer The Voice.
Cuando el fotógrafo murió en 2007 dejó un archivo de 35.000 negativos y de esa fértil base de datos procede el material que se exhibe en Save the Village. Con candidez y desenvoltura, sin gran ojo para la composición pero con un enorme compromiso hacia los temas que tenía ante sí, fotografió durante décadas a los artistas, escritores, músicos y actores que frecuentaban los bares, teatros, galerías de arte y cafés —entre ellos el mítico Wha?— donde germinaba la vida de Greenwich Village. Documentó también el nacimiento del activismo en el barrio, con fotos de reuniones políticas, actos a favor de los derechos de los homosexuales y el feminismo y manifestaciones contra la guerra de Vietnam.
La exposición es un inventario de personajes notables que hoy son parte de la historia pero que, cuando fueron retratados, todavía la estaban escribiendo o ni siquiera eran conocidos por el gran público. En la muestra, con más de un centenar de copias de época, aparecen decenas de iconos culturales como los escritores Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Susan Sontag, Norman Mailer y Harold Pinter; los artistas plásticos Andy Warhol y Yayoi Kusama, y los músicos Bob Dylan, John Cage, Jimi Hendrix, The Velvet Underground y John Lennon.
La exposición, el ambiente de alegre optimismo que destilan las fotos, hace que precisamente resuenen como certeras las declaciones de Lennon: «Quisiera haber nacido en Nueva York, quisiera haber nacido en el Village, ese es el barrio al que pertenezco, mi barrio».
[…] de la ciudad natal, Enid, Oklahoma, aterrizó a mediados de los años sesenta en los antros del Greenwich Village donde estaba naciendo el nuevo folk. Dejó con la boca abierta a todos los niñatos blancos que […]