Francis Browne, el seminarista que hizo las últimas fotos del Titanic

16/01/2014
La última peonza - Foto: Francis Browne

La última peonza – Foto: Francis Browne

El niño Robert Douglas Speden, de seis años, juega a la peonza frente a su padre, Frederic. La foto fue tomada en algún momento de la tarde del 10 de abril de 1912 en la cubierta del trasatlántico Titanic durante las primeras horas del viaje inaugural del barco, que navegaba a velocidad de crucero (21 nudos, equivalentes a 39 kilómetros por hora) atravesando con placidez el Canal de la Mancha.

El barco había partido de Southampton (Inglaterra) y se dirigía a la cercana primera escala, Cherburgo (Francia). Soplaba algo de viento, pero lucía el sol y los pasajeros, entre ellos algunas de las personas más ricas del mundo, se dejaban ver disfrutando del vigorizante ambiente marino.

A bordo del «palacio flotante», como llamaban al barco los propietarios, la naviera White Star Line, con sede en Inglaterra pero parte del lobby International Mercantile Marine Co. del inversor y banquero estadounidense J.P. Morgan, viajaba el seminarista irlandés Francis Browne, de 31 años, que regresaba a su país —el barco recalaba el 11 de abril en el puerto de Queenstown (hoy Cork) para recoger a los últimos viajeros y seguir rumbo a Nueva York—.

Browne era aficionado a la fotografía y quería aprovechar el trayecto para documentar la vida a bordo del barco de pasajeros más lujoso y caro del mundo (7,5 millones de dólares de la época, equivalentes a unos 300 millones de ahora).

Francis Browne

Francis Browne

Con ánimo curioso y aprovechando la camaradería y ambiente festivo reinante en el Titanic, Browne hizo cientos de fotos, sobre todo de primera clase, la zona en la que viajaba gracias al billete que le había regalado su tío, el obispo de Cloyne, con el que había crecido tras quedar huérfano prematuramente.

Durante la comida del primer día en alta mar, Browne compartió mesa con una pareja de millonarios estadounidenses con los que simpatizó. El matrimonio se ofreció a costear el viaje completo hasta Nueva York del seminarista aduciendo que la oportunidad de estar entre los elegidos para estrenar el superbarco sólo se daba una vez en la vida.

Browne telegrafió al obispo para pedir permiso pero el tío se negó a que prosiguiera el viaje. «Te necesito aquí, provinciano», decía en una extraña respuesta. Aunque acató con obediencia la decisión, Browne se sintió «realmente triste» por no poder continuar viaje en el barco más grande y lujoso de la historia.

Cuando desembarcó, después de intercambiar direcciones con muchos de los viajeros, a quienes prometió enviar por correo las fotos que les había tomado, Browne permaneció en el puerto hasta que el Titanic se perdió en el horizonte. Llevaba a bordo 2.224 personas, 885 de ellos tripulantes y el resto, pasajeros (la gran mayoria, 627, inmigrantes que viajaban en tercera clase, huyendo de la la pobreza y hambrunas de los países nórdicos e Irlanda para perseguir el sueño americano).

Casi cuatro días más tarde, en la madrugada del 14 al 15 de abril, el Titanic chocó contra un iceberg a la deriva y se hundió 600 kilómetros al sur de Terranova. Murieron 1.514 personas y el accidente, hace más de cien años, todavía late en la memoria colectiva pese a que no es, ni de lejos, uno de los mayores naufragios por número de víctimas de la historia.

Francis Browne se ordenó sacerdote jesuita, participó como capellán en la I Guerra Mundial —fue condecorado por su valentía— y siguió haciendo fotos como aventajado aficionado. Nunca tuvo mirada de artista, pero sí una candidez natural que llena las imágenes de dulce nostalgia. En la página web de sus herederos hay una selección amplia de reproducciones de los más de 40.000 negativos que conservaba cuando murió, en 1960, a los 80 años.

Aunque las fotos de Browne circularon con profusión tras el desastre marítimo, después de la muerte del jesuita fueron olvidadas durante 23 años en un arcón y descubiertas por otro sacerdote que trataba de poner orden en el desván de la rectoría donde el expasajero del Titanic ejercía como sacerdote. Se han publicado en varios libros y siguen teniendo una poder de seducción fantasmal.

Como casi todos los viajeros de primera clase (no había botes salvavidas suficientes y los pasajeros fueron desalojados del barco por un cruel orden basado en el estatus social), el niño que jugaba con el trompo en cubierta y su padre se salvaron del naufragio pero no del baile de la muerte. Seis meses más tarde de salir con vida del hundimiento del palacio flotante, el crío fue atropellado mortalmente por un automóvil. Su padre se ahogó en la piscina de casa unos años más tarde.

[Escrito para Trasdós – 20 minutos]

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One Response to Francis Browne, el seminarista que hizo las últimas fotos del Titanic

  1. enrique on 19/06/2024 at 17:04

    la » causalidad» muchas veces se repite como el chico y su padre. se salvaron de mla gran tragedia del TITANIC. y la muerte estaba agazapada esperandolos…. increible pero cierto y sucede muchas veces…alguien se salva d euna tragedias… y a los pocos meses…..la parca regresa…

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